Margaret, con el corazón latiendo desbocado, sentía que las paredes se cerraban a su alrededor; no se consideraba claustrofóbica, pero en definitiva esa situación ameritaba sentirse así y peor. Intentó calmarse mientras seguía arrullando a Ben.
Fue así como, viendo hacia todas partes, descubrió la ventana del dormitorio de Alexander, buscando desesperadamente una posible vía de escape.
Recordó cómo Richard, la madrugada anterior, había trepado por un gran árbol de los que adornaban los alrededores, hasta el segundo piso de la mansión.
«Richard, no tienes idea de lo bien que me hace pensar en ti… Mi amor», pensó, enviándole en ese pensamiento todo el amor y admiración que sentía por él en esos momentos.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de ella, e inspirada por ese recuerdo, comenzó a buscar un objeto que pudiera utilizar como palanca para abrir la ventana.
Margaret, con su mano libre apartó algunas cosas que habían caído sobre la cama cuando el monstruo de Alexander había