Jonathan
Las yemas de mis dedos cosquillean. La piel de mi pecho se siente tan necesitada desde que me separé de ella; perdí el calor de su espalda desnuda filtrándose a través de la delgada tela de mi camisa. Mi piel, mi mente, todo mi ser pide más, desea más. Y lo jodido es que no de cualquiera, sino de ella.
Parece algo confundida al principio. Me obligo a poner algo de distancia. Una vez logro que el imbécil se aleje, me coloco en el lugar que ella ocupaba, delante de Alejandra, y me siento en una de las sillas altas. No tengo idea de qué pasa por su cabecita los primeros segundos, pero sus alertas se encienden en cuanto cae en cuenta de que estuvo a punto de ser drogada. Tan solo soy capaz de asentir con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra alguna por la ira atorada en mi garganta al recordar cómo ese sujeto le echó algo a la bebida… e imaginar que ella pudo haberla tomado si yo no hubiera estado aquí.
—Cielos… debimos retenerlo. Dijiste que llamaste a la policía.
—Fue mentir