"Quédate sentado en la cama. No te muevas, no te levantes ni te acerques", había dicho Alana.
Damián se quedó donde estaba, apenas respirando. Alana quitó los candados y bajó los peldaños, con la pistola en una mano y una bandeja con comida en la otra. La dejó en el gabinete de un costado, sin atreverse a ir más allá. Damián se veía mucho mejor y eso la inquietaba. Lo prefería inconsciente, inofensivo.
—¿Cómo estás? —le preguntó él.
—No te muevas hasta que vuelva a cerrar la puerta. ¿Entendido?
Damián asintió justo cuando Martín bajaba corriendo los escalones y se lanzaba a sus brazos sin que Alana pudiera detenerlo.
—¿Ya estás mejor, papi?
—Mucho mejor. ¿Tú me cuidaste?
—Sí y mi mami también. Ella curaba tus heridas.
—Martín, ven aquí. Deja que descanse —llamó Alana. Había escondido la pistola.
—Yo quiero quedarme con él.
—Se un buen niño y ve con mamá —dijo Damián.
—Pero quiero estar contigo. Aquí hace frío y está oscuro. Y hay que cambiar tus vendajes.
Alana suspiró pesadame