XLV El despertar

Pese al dolor y la tristeza la vida continuaba. El mundo seguía girando cuando la gente partía y había que ponerse en movimiento porque no se estaba solo, siempre había alguien más que dependía de uno.

—Tengo una reunión espantosa en la empresa —contó Ximena mientras desayunaba con Alex—. Usualmente era Alana la que se encargaba de esas cosas.

Un doloroso silencio se hizo entre ambos, Ximena había perdido a la que era prácticamente su hermana y Alex a la hermana que apenas había vuelto a recuperar.

—¿Cenamos esta noche? —preguntó él.

—Siempre y cuando prepares tú la cena, no tengo ganas de ir a ninguna parte.

—Ordenaré algo. Me gustaría que el fin de semana saliéramos de la ciudad con Damián y Martín.

—Tendrás suerte si lo convences. —El teléfono de Ximena vibró. Miró la pantalla y se apresuró a contestar.

Alex no necesitaba suerte para convencer a Damián, necesitaba unas cervezas y vinilos de metal industrial.

Ximena se levantó de un brinco, sobresaltándolo.

—¡Alguien vio a Alana!

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