Capítulo ocho. Defendiendo a mamá

Michael tenía sentimientos encontrados, miraba y miraba a la pequeña dormida en la cama y su corazón se estrujaba dentro de su pecho. Era una sensación a la que no podía ponerle un nombre o siquiera explicar.

Emma era tan parecida a él, que le bastaba verla para saber que era suya, sangre de su sangre y carne de su sangre y mientras él se sentaba en el sillón a los pies de la cama de la pequeña, en la otra habitación la situación era totalmente distinta.

Natasha no podía creer que le había permitido a Michael entrar no solo a su cuarto de hotel, sino también a su vida. Porque al no negarse le dio a entender que era el padre de Emma; pero… ¿Cómo podría haberse negado al mirar los ojitos ilusionados de su hija? Sin duda la situación no era la mejor y ella una hora antes había deseado que ese momento se alargara hasta cien años

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