Apenas se detuvo, Daisy se bajó tambaleándose. Buscó las llaves por todos lados, pero no las encontraba, lo cual la enfureció aún más. Empezó a golpear la puerta.
—¡Fernando, abre la puerta!
—¿No oíste? ¡Apúrate y abre!
Estuvo un buen rato llamando, pero la puerta no se abrió. Con las manos en la cintura, Daisy murmuró:
—¿Crees que por no abrirme no voy a entrar?
Retrocedió unos pasos, tomó impulso y, con un salto ágil, pasó por encima del portón.
Al caer al otro lado, se sacudió las manos con orgullo y una sonrisa de satisfacción.
—Me subestimaste.
Daisy estaba realmente borracha. Desde la puerta de entrada hasta la casa principal, avanzaba tambaleante, tropezando en varias ocasiones y a punto de caer. Solo bajo los efectos del alcohol se atrevía a regresar a ese lugar que le había causado tres años de dolor.
La puerta principal no necesitaba llave, pero el acceso a la casa principal sí, y Daisy no tenía una. Después de forcejear sin éxito con la manija, una sonrisa astuta se dibujó e