—No quise dar a entender eso… —se apresuró a responder Carmen, azorada.
—Tal vez si hubieras compartido sin engaños la información que descubriste sobre esos asesinos, en lugar de ocultarla y embaucar a mi abuelo, habríamos dado con el culpable mucho antes, —Gabriela miró fijamente a Oliver—. ¿Todo para proteger la reputación de tu hija? Y como tanto les importa esa fachada, aprovecharé este Año Nuevo para armar un gran escándalo, hacer que todos sepan lo que hizo ella y qué clase de hipócritas son ustedes.
Dicho esto, Gabriela giró sobre sus talones y se dispuso a salir con furia.
Carmen, presa del pánico, olvidó su mareo y la jaló del brazo:
—¡Gabriela, no puedes hacerlo! Somos dos viejos con un pie en la tumba; si nuestra imagen queda destruida, nos da igual. Pero, ¿qué hay de Álvaro? ¿Qué culpa tiene él en todo esto?
El ceño de Gabriela se tensó, como si hubiese escuchado la broma más cruel:
—¿Y qué culpa tengo yo? Llevo arrastrando el trauma de ver cómo asesinaron a mis padres de