Pero ella estaba agotada, deseando solo cerrar los ojos y dormir.
Sus párpados se volvían cada vez más pesados. Estaba a punto de ceder a ese cansancio, cuando escuchó una vocecita suave y tierna:
—¿Tú eres mi mamá?
Desconcertada, Gabriela abrió los ojos.
Frente a ella había un pequeño ser, un niñito con mejillas regordetas y una carita adorable, que la miraba con cierto enfado, cruzando sus bracitos regordetes.
Gabriela recordó de pronto: estaba embarazada.
Casi sin pensar, respondió con voz suave:
—Sí, yo soy tu mamá.
El pequeño frunció el ceño, con un puchero en los labios:
—Si eres mi mamá, ¿por qué estás tirada aquí? ¿Por qué no vienes a abrazar a tu bebé?
Aunque se sentía agotada, al escuchar esas palabras Gabriela se incorporó. Con una sonrisa cariñosa, se acercó y se puso en cuclillas para abrazar a su bebé imaginario:
—Mi amor, no puedes ser como tu papá, siempre enojado.
Sintió cómo el niño la rodeaba con sus brazos gorditos, apoyando la cabeza en su hombro:
—De acuerdo, el b