48. LA REALIDAD ATERRADORA

Escucho los gritos de Alessandro, pero no me detengo, porque solo veo la puerta del auto abierta, mi refugio, mi salvación. Corro todo lo que puedo. “¡Ya llego, ya llego!”, me digo, mirando cómo me acerco y, justo antes de llegar al auto, siento que algo me golpea en la espalda y caigo de bruces, hiriéndome las rodillas. Alessandro me levanta en peso y me introduce en el auto, que sale a toda velocidad.

—¡Lili, Lili! ¿Dónde te dieron, Lili? —pregunta de inmediato.

—¿Qué quieres decir? Solo me caí —digo, mirando cómo me he herido las rodillas.

—¡No, Lili, mira la sangre! ¡Te dieron un tiro! —insiste, con cara de espanto.

—¡¿Qué?! ¿Por qué no siento dolor? ¡No me hirieron, te digo! ¡Deja el susto! ¿Crees que si me dieron un tiro no lo voy a sentir? —le contesto, temblando de miedo, casi entrando en pánico.

—¡Lili, por el amor de Dios, déjame verte! ¡Te dieron un tiro, lo estoy viendo! No lo sientes por la adrenalina y el miedo. Espera un momento —dice, subiendo la ventanilla q
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