Me levanto temprano y casi salgo corriendo para el apartamento de Migueliño. Él vive encima de su mercado. Puedo darme cuenta de que un auto me sigue, pero no me asusto. De a poco he empezado a distinguir y conocer a los hombres del señor Minetti; al menos no andan en un auto negro esta vez.
—Hola, Migue. Disculpa que te despierte tan temprano —le digo en cuanto entro corriendo en su tienda. —¿Qué dices, niña? —responde alborotado—. Hace una hora que me levanté. Ven, ya lo tengo todo arreglado. Siéntate para ponerte esa peluca. Es muy buena, mi amiga. Es de la mejor calidad. Pero creo que deberás adquirir otras como esta. Mientras me ajusto la peluca, noto que Migueliño se pone más serio de lo habitual. Sus ojos revolotean de un lado a otro, como es su costumbre. —¿Para qué necesito más de una? —pr