Ashley Moon es una chica tranquila. Vive con su madre en un pequeño pueblo a tan solo treinta kilómetros de distancia de la ciudad. Trabaja a medio tiempo en una cafetería-librería, para pagar sus estudios y la educación de su hermano menor. Su vida no tiene nada de interesante; realiza la misma rutina, día a día, sin una mejora a la vista. Pero todo cambia cuando Steph, su mejor amiga, intenta romper su monotonía. Y lo logra. William O' Sullivan, no esperaba que la chica tímida y trabajadora que se había acostumbrado a visitar, estuviera haciendo tales ofertas. Llevaba más de un mes planeando la mejor forma de acercarse a ella cuando un cartel con colores llamativos, expuso su verdadero carácter. «Una oportunista». Ahora se encuentra en la disyuntiva de si avanzar o no. Su obsesión por esa chica podría ocasionarle graves consecuencias. Pero tampoco logra, por ningún medio, alejarse del todo. Un encuentro casual, no tan casual. Los hilos del destino no se mueven solos. A veces, simplemente hay alguien, que tiene ganas de cambiar el mundo. Todo comenzó con un: ¡Se busca un millonario! Ahora sólo debemos averiguar cómo terminará.
Leer más—¡Ashley, apúrate!
El grito de Adelfa me hace dar un brinco. Apuro el movimiento de mis manos para terminar de doblar las dichosas servilletas y colocarlas en su lugar. No le respondo, porque la conozco y sé, que insistirá de igual manera.
—¡Ashleeeeyyyy! —grita, otra vez.
«Ya decía yo», pienso y ruedo los ojos.
Termino con la última servilleta y suspiro aliviada, mientras seco el sudor que corre por mi frente, con el dorso de mi mano. Este pequeño espacio, al que no deberían llamar almacén, es demasiado caluroso. Arreglo todo y salgo, como alma que lleva el diablo, antes de que mi queridísima jefa vuelva a llamarme.
—Ashley, ¿dónde estabas chiquilla? —pregunta Adelfa, cuando llego sofocada a su lado. Me mira de forma acusadora y sus manos están apoyadas en su cintura.
—¿No me pediste arreglar las servilletas? —devuelvo la pregunta, mirándola con expresión comprensiva.
Ella frunce el ceño, recordando si en verdad me había pedido algo así. Yo estaba organizando los estantes cuando ella me pidió atender la parte de la cafetería. No es mi trabajo, pero de igual manera disfruto ayudándola.
Espero por su reacción, porque conozco lo que a continuación viene.
—No lo recuerdo, pero bueno, ya que andas haciendo cosas que no debes, ayuda a la chica nueva, que necesita otro par de manos en el salón —dice, con voz cansada, como si estuviera regañándome y ya no sepa qué hacer para que yo entienda.
No la culpo, su cabeza ya no anda muy bien y es común en ella decir cosas así. Asiento y, con paso rápido, me dirijo a ayudar a mi mejor amiga, mientras lo hago, escucho como refunfuña.
—Estas chiquillas de hoy, perdiendo siempre el tiempo.
Ruedo los ojos otra vez, con sus cosas. Pero de igual forma, adoro a esa señora, fue la única que confió en mí cuando nadie lo hacía; la primera que me ofreció una forma decente de ganarme la comida. Me dio la oportunidad de demostrar a todos que yo podía ser independiente y lo suficientemente responsable para asumir un cambio tan drástico en mi vida. Así, con su forma controladora y dominante, es de esas personas que te llegan al corazón; su cariño, disfrazado de mano dura, muchas veces me ayuda a convencerme de que sí hay alguien ahí para mí.
—Uff, Ash, que bueno que llegaste. —Suspira mi amiga Steph, cuando entro en el salón—. ¡No sé qué hacer!
Me río al ver su cara de desesperación. Ella es la chica nueva. Esta morena de ojos verdes, despampanante y loca que tengo por mejor amiga, decidió en un momento muy malo de su vida que quería ser independiente, al igual que yo. Pero ella pensaba que todo sería fácil. Y pues, no lo es. Lo que ella comprende por sacrificio, ni siquiera se corresponde con la realidad que está dispuesta a asumir.
Stephania Van Halen, oncena hija de la familia de origen holandés más rica de la ciudad, decidió que sería independiente. Al no estar de acuerdo con los pensamientos y costumbres de su familia, tomó la decisión de separar sus caminos y labrarse sus propios logros de manera autodidacta. Yo, por supuesto, apoyo su decisión de encaminarse sola en la vida, pero también soy consciente de sus escasas habilidades para...casi cualquier cosa.
«Ya tengo entendido que pagaré la renta por unos cuantos meses yo sola», pienso, al ver el desastre que ha armado en solo minutos. Le costará mucho ganarse su primera paga.
—¿No se suponía que debías recoger? —pregunto, con ironía. Trato de no sonreír, pero fracaso estrepitosamente.
—No me ayudas —murmura entristecida, al escuchar mi carcajada.
Mira a su alrededor y observa el estado de las mesas, sillas y demás utensilios; parece que una tormenta acaba de pasar por aquí. Servilletas, cubiertos, manteles y bandejas, dispersas por todo el suelo, en señal de un accidente un poco catastrófico.
Al ser consciente del desastre, pretende hacer un puchero, ante lo que yo niego con la cabeza, dispuesta a evitar que sienta lástima de sí misma.
—¡No lo hagas! —exijo, seria de repente—. Aquí no conseguirás nada con eso.
—Auch —llora, al escuchar mi voz dura. Se pasa una mano por el pecho, justo donde está el corazón, para alargar el sentimiento de culpa en mí.
Resoplo, por su infantil accionar, pero no puedo culparla. Conozco esa sensación de pánico que debe estar sintiendo, de que todo le salga mal, de no lograr lo que se proponía en un inicio y terminar volviendo a su antigua vida con el rabo entre las piernas.
—Vamos, que te ayudo. —Suspiro, porque me recuerda a mí misma años atrás; solo que yo no tuve quién hiciera algo así por mí.
Un abrazo de oso repentino casi nos hace caer al piso. Me toma por sorpresa su entusiasta muestra de agradecimiento y no puedo evitar sonreír. Le devuelvo el gesto y, con cariño, me giro para verla a los ojos.
—Pensarás que no puedes hacer nada, pero no debes culparte por eso. Primero, debes aprender —argullo, dándole fuerzas para que no se desanime—. La habilidad la tomarás en el camino, pero no puedes rendirte tan rápido, sin haberlo intentado; sin haber dado todo antes. ¿Entendiste?
Ella asiente, con los ojos llorosos. Me imagino que, para alguien como ella, acostumbrada a los lujos y a que le pasen la mano, debe ser difícil asumir un rol que nunca antes había siquiera sopesado.
—Gracias. —Me envuelve en otro abrazo, que se siente más real, íntimo.
Le hago un gesto desestimando su agradecimiento y le indico seguir trabajando, justo cuando nuestra querida jefa hace acto de presencia.
—Ashley, la nueva necesita aprender a trabajar, no una sesión de psicología —grita, viéndonos desde la barra.
Al momento nos ponemos a trabajar, hoy no nos conviene ponernos en mala con ella. Steph necesita trabajar y es muy importante para ella lograrlo a la primera. Además, de que mi presencia aquí, la tranquiliza.
(...)
—Necesito un millonario —confiesa Steph, cayendo como saco de patatas sobre la silla. Cierra los ojos y echa su cabeza hacia atrás. Las gotas de sudor corren por su rostro, en señal de esfuerzo físico.
Yo suelto una carcajada, ante su ocurrente frase. La miro, para ver si está bromeando, pero se observa muy seria.
—Estás bromeando, ¿verdad? —pregunto, incrédula.
Levanta la cabeza y me mira como si me hubieran salido arrugas en la cara. Mueve sus hombros en señal de despreocupación.
—Claro que es en serio —asegura—, necesito un millonario en mi vida; alguien que me haga feliz.
Resoplo, ante su pobre justificación. Le duraron muy poco sus ansias de independencia.
—¿No que odiabas a tu familia porque te obligaban a casarte con un millonario desconocido? —pregunto, sin comprender del todo su forma de pensar.
—Sí. Y todavía los odio, pero hay una diferencia enoooorme —dice, con expresión desvergonzada. Yo alzo una ceja inquisidora—. Mis padres me obligan a casarme con un viejo cáncamo que pronto estirará la pata. —Suelta una carcajada y mira hacia la entrada de la cafetería, donde comienzan a llegar clientes—. Pero yo quiero uno como ese.
Su voz se vuelve extrañamente seductora y necesitada. Me toma desprevenida su cambio de carácter y sigo su mirada.
—Ese sí que es un papacito —confirma, justo en el momento que mis ojos se encuentran con el desconocido, no tan desconocido.
William O' Sullivan es cliente fiel de este negocio desde que tengo uso de razón. Cada día, siempre a la misma hora, atraviesa esas puertas y se sienta en su habitual mesa. Adelfa nos exige siempre una atención exquisita porque, además de ser su mejor cliente, es el treintañero más rico y codiciado de la ciudad. Las revistas subsisten solo a base de chismes relacionados con él y sus conquistas; pero él, no aparenta ser ese tipo de hombres. O al menos no es lo que pensamos los que aquí lo atendemos, jamás ha venido acompañado y nunca ha mirado más de lo normal a una de nosotras.
«Y eso me jode», pienso en mi subconsciente y ruedo los ojos ante mis inútiles pensamientos.
—¿Por qué será que mi futuro y millonario esposo se dirige hacia nosotras, mirando directamente hacia ti?
La pregunta de Steph me saca de mis pensamientos bruscamente. Reacciono justo a tiempo de verlo caminar hacia donde estamos. En solo instantes, mi cuerpo comienza a temblar y a sudar frío. Cierro mis manos en puños, para que no note mi turbación. Él siempre me pone nerviosa.
—Buenas tardes, señoritas —saluda, con tono educado.
Me quedo mirándolo fijamente y solo reacciono cuando escucho a Steph, decirle una barbaridad.
—Ahora sí que son buenas —asegura, escaneando al cliente de arriba a abajo, con evidente descaro.
Carraspeo, para hacerle saber a mi fresca amiga que ese tipo de hombres no acostumbran a recibir de buenas formas ese tipo de comentarios; pero me sorprende sobremanera cuando veo que una hermosa sonrisa se extiende en sus gruesos labios, en compañía del brillo lujurioso que empaña su azulada mirada.
—Steph, aquí no se permite coquetear con los clientes —exijo, con voz dura y con un sentimiento extraño ocupando mi pecho—. Disculpe señor O' Sullivan, no sucederá nuevamente, ella es nueva y aún no conoce el protocolo.
Steph me mira furiosa, pero no le hago caso. Necesita entender las reglas, aunque tengo claro que fui un poco dura.
—No se preocupe, señorita... —comenta el cliente, dudoso de mi nombre.
—Ash...Ashley Moon —respondo, nerviosa. Trago saliva ante su intensa mirada.
Él asiente y mira hacia Steph. Vuelve a sonreír, coqueto.
—No se preocupe, señorita Moon. —No me tutea, tampoco me mira—. No tengo problemas con recibir coqueteos de una chica tan hermosa.
Yo me atraganto y a la vez escucho el suspiro de Steph. Es bastante raro que él actúe así, no es a lo que nos tiene acostumbrados a todos aquí.
—De igual manera señor, son las reglas —insisto, terca.
Tomo de la mano a Steph y la llevo conmigo. Intento no mirar hacia atrás, pero siento el peso de la suya sobre mí.
«¡Por Dios! ¿De dónde saqué el valor de hablarle?», me pregunto internamente. En general, lo que sucede a su alrededor, es que yo me vuelvo de gelatina.
Mi amor obsesivo, creo que va mejorando. Al menos ya soy capaz de mirarlo a los ojos, después de tres largos años observándolo a diario.
«Mi vida sí que es aburrida».
SAN VALENTÍN RETRASADO. William O’ Sullivan. El gorgojear de Trevor en su cuna me despierta. Abro un ojo perezoso y lo veo, a través de las barandas de su cunita, con sus manos agarrando sus pies y moviéndose sin cansancio de un lado a otro, jugando consigo mismo. La pelusa rubia que tiene en la cabeza está revuelta y su pequeña boca, se abre y se cierra, como si tuviera una profunda conversación con un amigo imaginario. Sonrío al verlo. Y mi pecho se calienta con el amor más natural y verdadero que un padre puede sentir. Ashley duerme, acurrucada contra mi cuerpo, pegada completamente a mí y desnuda. Su cabeza está en mi pecho y su mano sobre mi abdomen, demasiado cerca de la zona que en las mañanas busca su atención. Y casi todo el tiempo, en realidad. La mía está apoyada en su espalda, sintiendo su tibia y cremosa piel. Y con unas ganas tremendas de seguir bajando y acunar su trasero, apretarlo como quiero y despertarla con un buen mañanero. Pero el deber llama y mi bebé, de m
MI VIDA ENTERA.Ashley Moon.Abro los ojos cuando siento un beso en mi frente. El azul más hermoso me espera y cuando reacciono, me doy cuenta que me quedé medio dormida con mi pequeño encima. Me sobresalto, aunque obviamente no pasa nada, él sigue pegado a mi pecho, dormitando, ajeno a mi preocupación.—Tranquila, preciosa. —Will me dedica la mejor de las sonrisas, cálida y amorosa—. Yo me quedé velando tu sueño.Me guiña un ojo para relajarme y no tengo más que hacer, que suspirar aliviada y más enamorada que nunca. Incluso, emocionada. Trevor cumple un año mañana y si algo puedo decir, es que la maternidad no es sencilla, pero como se disfruta con un padre como Will. Si yo fallo, por cansancio, más que por otra cosa, él está presente para cubrirme.Mis ojos se aguan un poco y él lo nota. Vuelve a acercarse, con actitud más seria ahora, pero más que enamorada de su expresión.Sus dedos cubren mis mejillas y el pulgar roza con suavidad mis labios. Me sacudo con la corriente que me p
SORPRESA.Ashley Moon.Me tapo la boca para no soltar la carcajada y despertar a Trevor en el proceso. Necesito que siga durmiendo si pretendo encontrar algo que me convenza al fin. Pero es inevitable recordar ese día y no querer morirme de risa. Ver a Will tan desencajado fue tan extraño e increíble, que seguimos riéndonos de eso a pesar de que ya ha pasado casi un año.Sigo en mi búsqueda viendo cada pequeño detalle sin que nada me convenza en lo absoluto. En definitiva, esto me pasa a mí por dejar estas cosas para último minuto. Y la verdad es que me siento de lo peor, porque mi atención ha estado al completo en la fiesta de cumpleaños de nuestro pequeño, que será mañana, y olvidé que hoy es San Valentín.Con los ánimos por el piso, pero decidida a encontrar algo, continúo buscando en distintas páginas y las pocas cosas que me gustan realmente, no tienen entrega inmediata. Así que ya empiezo a desesperarme, no dejo de ver el reloj y cuento los minutos, porque la hora de su llegada
REGALO ANTICIPADO. Ashley Moon. Suspiro frustrada cuando ninguno de los resultados de la búsqueda me convence. Hay muchas cosas, todas me gustan y a la vez, no me parecen suficiente. No sé si es la emoción excesiva que siento o que el tiempo corre y yo sigo en las mismas. Trevor duerme en su cuna a pocos metros de mí, mientras yo estoy sentada en la cama con la laptop sobre los muslos, buscando qué regalarle a mi esposo este catorce de febrero antes de que mi pequeño se despierte. Rezando, además, para que William no llegue todavía y tenga que volver a posponerlo todo. El tiempo es oro y yo ando malgastándolo con mi indecisión. Pellizco el puente de mi nariz cuando las imágenes en la pantalla, con excesivo rojo y dorado, comienzan a desesperarme. Quiero hacer algo especial en este San Valentín, es importante para nosotros por varias razones y no quiero pasarlo por alto. Sobre todo porque el año anterior fue una completa locura. Levanto la mirada y veo a mi pequeño a través de la
—¿Estás nervioso? —le pregunto a Will, mientras esperamos que la doctora entre a la consulta. Se voltea a verme y sus ojos azules me demuestran que sí, lo está. Levanto mi mano y le pido con el gesto que se acerque, para acariciarle la mejilla—. Todo está bien, solo descubriremos hoy si será un nene como tú o una pequeña, como yo. Will sonríe y suelta un ruidito extraño. Cubre mi mano con la suya. —Lo sé, amor —asegura—, pero no puedo evitarlo. Acerca su boca a mi frente y deja un beso corto. Yo sonrío, complacida con su gesto. Tomo su mano y entrelazo nuestros dedos, para reconfortarlo. Esperamos así, juntos y en silencio, a que la doctora aparezca. Yo estoy acostada en la camilla, lista para la ecografía, pero la doctora tuvo que salir un momento y aquí nos quedamos, a la espera. Jenny Parker fue la ginecóloga escogida por ambos para atender todo el embarazo y, hasta ahora, todo ha ido bien y estamos conformes con la decisión. La clínica, según Will
POV: William.“¿Reconoces ese momento en el que todo se detiene y solo necesitas saber si lo que sucede, es real? ¿Que la vida pocas veces te ha sonreído y cuando lo hace, crees que es un espejismo…? Así me he sentido la mayor parte del tiempo, desde que llegaste a mi vida. Mirando sobre mi hombro, temerosa del momento en que el sueño se rompiera y yo volviera a ser la Cenicienta del cuento, pero sin final feliz. Pera cada día ha sido una nueva batalla, una nueva confirmación de que las cosas buenas también pueden suceder, también pueden pasarnos a nosotros, los que creemos que no tenemos una oportunidad. Cada día a tu lado ha sido esa bofetada a mis mayores miedos, a mis preocupaciones, porque tú has sabido ordenar mis emociones, luego de descontrolarlas por completo.Entregarme a ti hoy, comenzar una nueva vida juntos, donde seamos
Último capítulo