Capítulo 5. Sigue soñando, estúpida.

POV: Ashley.

Me obligo a continuar mi camino y no quedarme en medio del salón, parada como estúpida; tengo que aceptar mi patética realidad, de una vez.

Sostengo entre mis manos la dichosa libreta, con la nota dejada por el odioso y sexy señor O' Sullivan. Releo su contenido y mis ojos pican otra vez. Muy dentro de mí, sé que estoy exagerando demasiado, él nunca ha dado muestras de interés por mí, por lo que mis motivos para estar así pueden considerarse como infundados; pero no puedo evitar molestia ante lo que tendré que soportar. Asumir que mi mejor amiga tendrá una cita con el hombre que me gusta, sobrepasa mis límites.

—Ash... —Steph llega a mi lado, preocupada—. ¿Qué pasó?

Su pregunta me hace suspirar. Bajo mis hombros, derrotada, y le entrego la nota.

—Esto —digo y le entrego a Steph el papel arrugado entre mis dedos—, fue lo que pasó.

Tal vez debería arrojar la nota a la basura y hacer como que nunca existió; pero mis principios no me permiten ser así. Por mucho que duela, podré superarlo. Un hombre, por muy rico, hermoso y sexy que sea, no se interpondrá en la amistad que tenemos la morena y yo.

—Wow, esto no lo vi venir —murmura, sorprendida.

La miro, evaluando su reacción. Se mantiene seria y llego a pensar que ella detendrá todo esto, pero cuando una pequeña sonrisa comienza a formarse en sus labios, sé que todo está perdido. Mi corazoncito se agrieta, pero lo obligo a mantenerse en pie. Steph levanta su cabeza y puedo ver su expresión satisfecha y el brillo en sus ojos, antes de que ella note mi expresión y cambie el semblante.

—Ash...yo —murmura, pero duda—, yo no lo voy a aceptar.

Termina, decidida, y hace una bola con el papel. En su rostro se forma una mueca triste, pero intenta disimularla con una sonrisa lastimera.

—¡No! —exijo y lo enfatizo con un movimiento de mi cabeza—. Él... él quiere invitarte porque le gustaste. Nunca antes tuvo ese atrevimiento con alguna de nosotras. Eso debe haber sido porque le gustaste de verdad.

—Pero tú... —añade y me señala, dispuesta a repetir mi interés hacia el chico que ahora la pretende.

—Yo tendré que acostumbrarme, Steph. Él es solo un capricho de mi mente necesitada —comento como si no me importara, achacando mis sentimientos a una necesidad física—, y él, está buenísimo.

Steph sonríe, un poco más animada y hace gestos con sus cejas, secundando mi afirmación.

—La verdad, es un papacito digno de admirar, justo como me gustan.

Y ahí está. La confirmación de que ella corresponde su atracción. Lidio con el pinchazo de decepción que me embarga e intento disimularlo.

—Deberías aceptar —aconsejo—. Tal vez sea el millonario que andabas buscando.

Alzo los hombros resignada y simulo entusiasmo. Y aunque quisiera que mi amiga pudiera completar su felicidad con alguien increíble, si esa persona resulta ser William, tendré que comenzar a frecuentar terapia y clases de yoga.

—¿Tú crees? —pregunta con alegría, aplaudiendo como niña pequeña. Sus ojos brillan con expectación y emocionada vuelve a mirar la nota que había arrugado.

Me doy la vuelta y la dejo en eso. Voy a buscar algo que hacer, para evitar esta depresión que acabo de adquirir. Adelfa está en el área de la librería y le pido que me ponga a hacer algo, pero bien lejos de la cafetería. Tal vez en el maldito almacén caluroso guardando trastes o en los estantes, organizando libros por color. Lo que sea, menos ser testigo del nacimiento de un amor. Uno al que me costará acostumbrarme.

Al final, ni lo uno ni lo otro. Adelfa me manda a buscar unas provisiones que necesitaba y en eso estoy.

Mientras me dirijo al almacén del centro, conduciendo la vieja camioneta de encargos, me doy cuenta que estoy siendo demasiado dramática. William no es mío y lo que sea que estoy sintiendo por él, es algo pasajero y provocado por mis hormonas revolucionadas. Si él, en verdad está interesado en Steph, solo me queda aceptarlo y olvidar estas inútiles sensaciones. No vale nada sentir algo por alguien que ni siquiera nota que existes. Y si lo hace, es por ser la amiga fea de la chica bonita que te quieres ligar.

—¡Al diablo con el O' Sullivan! —declaro, demasiado entusiasta, dando un golpe en el volante, que provoca que el claxon suene como loco.

Doy un salto con el inesperado sonido y tapo mi boca, de la impresión, mientras siento mi corazón saltar en mi garganta. Luego me río como loca, por ser tan tonta y ruedo los ojos ante mi despistado accionar.

Al regresar, mi humor ha mejorado mucho. Por eso, cuando atravieso los portones de la entrada trasera del local y veo a Steph, no me altero. Le sonrío y le pido a uno de los chicos de la cocina que me ayude con los encargos. Mientras termino mi trabajo, Steph viene y me pide mi celular. Se lo doy porque sé, que no me lo pidiera si no fuera importante.

Unos minutos después voy a su encuentro. Está marcando un número que tiene anotado en su libreta de pedidos y al verme, me lo entrega.

Tomo el celular entre mis manos sin darme cuenta, no me da tiempo reaccionar cuando ella con señas me pide que conteste. Miro la pantalla y la llamada está en proceso, el cronómetro corre, contando los segundos de silencio.

—Diga —escucho una voz masculina al acercar el celular a mi oreja. Su tono me parece conocido, pero no logro reconocerlo.

—Eh... —intento hablar, pero no me salen palabras. No me ayuda mucho el no saber quién carajos está del otro lado de la línea.

 —Oigo ¿quién habla? —repite el hombre y yo, cansada de este juego, le paso el teléfono a Steph.

—Hola, soy Steph —dice en cuanto toma el teléfono entre sus manos. Su tono de voz es firme y decidido, nada que ver con la inseguridad de antes. Se va de mi lado antes de que pueda escuchar lo que dice a continuación.

De lejos la veo gesticular mucho y hablar sin parar, hasta que se detiene abruptamente. Me mira y sonríe, antes de exhalar un sonoro —sí, lo es—, ni idea sobre lo que sea que está diciendo ni a quién. Tampoco me interesa mucho, que digamos. No acostumbro seguirle la corriente a Steph y mucho menos, lo recomiendo.

—Mejor me llamas, no importa que sea tarde —escucho que dice con voz divertida, cuando se acerca a mí—. Estaré esperando. ¡Bye!

Ruedo los ojos, porque acaba de darle acceso directo a quien sea está del otro lado, para llamar a cualquier hora. Teniendo en cuenta lo que pasó la última vez que hice eso, no creo que sea buena idea volver a permitirlo.

Steph me entrega el teléfono con una sonrisa radiante dibujada en su rostro. En el mismo instante pienso que ella no merece a un hombre como William, si les coquetea a todos a su alrededor. Si llego a ser yo la que recibe una invitación de uno de los hombres más hermosos, ricos y buenotes del país, estuviera flotando en las nubes. Pero bueno, ni yo soy Steph, ni yo fui la invitada, ni tampoco importa lo que yo haría.

«Mi rutina es una mierda», concluyo, cuando veo que Steph retoma su trabajo, bailando y cantando tal cual princesa de Disney. Lo único que falta es que los pajaritos y las palomas vengan a acompañarla en sus labores.

Y ahora estoy desvariando, pensando en animados y cuentos felices, que lo único que hacen es hacerme sentir más miserable.

Mi vida es digna de un cuento, pero no de los lindos. Podría ser considerado como la parte dramática de todas las películas. Esas en la que la protagonista da pena con tantos problemas tocando a su puerta. La diferencia estaría, en que para ellas existe un príncipe, uno que tomará las riendas de su vida y le ofrecerá tranquilidad por el resto de su existencia. Para mí no existe nada. Cada día mi situación empeora, a pesar de que intento mantener mis sonrisas aquí, donde todo debería ser más fácil, cuando llego a la soledad de mi habitación me doy cuenta de todas mis carencias.

A veces quisiera rendirme. Dejarlo todo al destino y tomarme un tiempo. Unas pocas horas, minutos o lo que sea, pero un tiempo a solas conmigo, con lo que espero de la vida, lo que deseo y lo que en realidad tengo. Quisiera lograr un equilibrio, pero cada vez lo veo más lejos. Soy de las que luchan, las que quieren lograr sus objetivos a base de trabajo y esfuerzo, pero a veces creo que la vida me da golpes innecesarios, con el fin de provocar un cambio drástico en mi personalidad, en mi carácter.

—Ashley...ten tu paga de hoy —interrumpe Adelfa mis pesados pensamientos. Estoy sentada en una de las sillas altas de la barra, esperando que Steph termine de limpiar las mesas para irnos juntas.

Miro en la dirección de Adelfa. A pesar de la expresión constantemente fruncida de sus cejas, sé que me ayuda y se preocupa por mí.

—¿Cómo está hoy? —pregunta, mientras tomo el sobre de sus manos.

Hago un gesto con mis hombros, que significa que todo sigue igual. Adelfa suspira y señala el sobre.

—Ese es un plus por el trabajo de hoy. Espero que te sea de ayuda —dice, enfurruñando su cara otra vez, para disimular su gesto altruista.

—Gracias —respondo, intentando evitar las dichosas lágrimas que ya hacen acto de presencia en mis ojos.

Adelfa da media vuelta y se va. Al mismo tiempo, Steph viene contenta, continúa con sus cantos y expresiones azucaradas, pero ya me mentalicé para aguantar y fingir que no me importa. Porque, aunque sí me alegro por su felicidad, me cuesta aceptar, solo un poquito, que ella ganó algo que yo no.

«La atención de William».

(...)

Veinte minutos después, atravesamos la puerta principal de mi pequeño apartamento. Mi madre y mi hermano, no se ven por ningún lado, por lo que creo que ya deben estar durmiendo.

Al ser el apartamento tan pequeño, solo hay dos cuartos. Por motivos que solo mi madre entiende, mi hermano duerme con ella, en el cuarto más amplio de los dos y dónde caben dos camas. Por el contrario, la habitación que yo ocupo, de milagro alcanza para una cama individual, un espejo y una cómoda.

A pesar de todo, aquí soy feliz y vivo conforme. Esto es lo que yo me puedo pagar y aunque deja mucho que desear, estoy orgullosa de ello.

—Estoy rendida —declara Steph, bostezando. Se encamina hacia el sofá y se deja caer. Cierra sus ojos y me queda claro, que de ahí no se levantará hasta bien entrada la madrugada, cuando se despierte consciente de que se durmió sin bañarse.

Yo niego con la cabeza y sonriendo, me dirijo a mi habitación. Tomo mi toalla y voy hacia el baño, para tomar una ducha refrescante de agua fría. No es que lo desee, es que no tengo remedio, como en los bajos mundos de este pueblo, es la única opción.

Cuando termino, que abro la puerta de mi habitación envuelta en la toalla, escucho mi teléfono sonar. Me extraña que a estas horas alguien esté llamando. Los motivos por los que eso me puede preocupar, están durmiendo tranquilamente al otro lado de la pared.

El número es desconocido, pero estoy de buenas y contesto. De todas maneras, puede ser un equivocado.

—¿Hola? —respondo con una interrogante.

Pero lo que no esperaba en verdad, era escuchar esa voz, la que más temprano no reconocí, pero que ahora, estoy segura a quien pertenece.

—Buenas noches.

Ronco. Tono bajo. Sensual.

Y no puedo evitar emocionarme, por tener el privilegio de escucharlo a través de su celular.

—Eres Steph, ¿verdad?

Y ahí mismo, mi alma cae a mis pies. Muerdo mis labios fuertemente, para evitar un jadeo de decepción.

«Sigue soñando, estúpida».

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