Capítulo 6. Ni modo.

POV: William.

Con la llegada de mi familia me relajo e intento olvidar lo que me hizo sentir ese anuncio, ese dichoso papel que me puso en tantos apuros con esa chica que ni conozco. Mi madre, Eleonor, es la primera en llegar, acompañada de Esme, mi hermana pequeña.

—Hola madre —saludo, cuando llego a su lado y beso su mejilla—. ¿Y papá?

Me extraña que no haya venido con ellas, pero estoy seguro que llegará pronto.

—Hola, hijo. Estaba loca por verte —responde y me devuelve un abrazo enorme—. Tu padre viene con los gemelos. Andaban viendo algunos terrenos que tus hermanos quieren comprar, para extender el proyecto de desarrollo local, en conjunto con el Ayuntamiento.

Me intereso por este tema y apunto por algún lugar de mi cabeza, que necesito conocer detalles de ese proyecto. Le doy otro beso a mi madre y me vuelvo hacia donde está Esme.

—Hola, enana —la molesto, como siempre, y ella rueda sus ojos. Antes perdía su tiempo rectificando que ya es una mujer hecha y derecha, pero desistió; ahora solo me ignora.

—Hola, Will —dice, mientras me da dos besos en las mejillas y, por último, un abrazo de oso—. Te extrañé.

Me quedo así, con ella entre mis brazos, y pienso lo rápido que pasa el tiempo. Mi hermana fue el principal motivo por el que yo decidí crecer y plantearme los objetivos más ambiciosos de mi vida.

Esme siempre fue una niña tímida, introvertida e insegura. Cuando nuestros padres trabajaban y se sacrificaban para darnos una vida mínimamente modesta, yo tuve que asumir mi rol de hermano mayor y demostrarle a mi hermana pequeña que siempre estaría allí para ella. Nunca nadie supo, solo yo, lo que pasó aquella noche, ni las verdaderas causas por las que Esme se retrajo tanto, que perdió su segundo año de instituto. Nadie nunca supo tampoco, lo que significó para mí, cargar con tal secreto a cuestas. Pero por ella, soy capaz de todo.

—¿Cómo va la agencia? —pregunto y sus ojos brillan con orgullo.

Esme, como mis hermanos y yo, estudió Administración de empresas, solo que ella decidió irse por la rama del diseño empresarial, mientras yo desarrollé métodos logísticos de almacenes. Los gemelos, Rafael y Leonel, decidieron especializarse en la gestión de proyectos y, juntos, creamos una asociación donde cada uno aporta lo suyo. Mi hermana maneja su agencia de planificación empresarial para ayudar a sus clientes con estrategias de marketing, comunicación institucional, entre otras bases. Yo les proveo, a esos clientes y a mi propia cartera, lo que sea que necesiten para implementar esas estrategias. Y mis hermanos, constantemente, buscan apoyo a través de sus proyectos, con organizaciones no gubernamentales y de cooperación internacional.

—Todo marcha estupendamente, gracias por tu apoyo —contesta emocionada y me abraza otra vez—. Si no hubieras puesto tu confianza en mí, no estaría logrando mi sueño.

Mi pecho se aprieta por sus palabras. En la familia, todos apoyamos sus sueños y participamos en la creación de lo que hoy es O' Sullivan Business Design Agency, de la que Esme es su gerente principal.

—No digas tonterías —desestimo la importancia de mi participación porque en realidad, todos aportamos algo.

Me giro con Esme en mis brazos para ver a mi madre y ella nos devuelve una mirada enternecida. Yo sonrío por su estado emocional y ella reacciona, abanicando sus ojos con sus manos para evitar derramar algunas lágrimas.

—Vamos, esperemos a los demás tomando una copa de vino —digo, para romper el silencio y tomo a mi madre de la mano, para irnos hacia la terraza.

Martha, mi ama de llaves, enseguida se pone en función de traer las copas y la botella que ya tenía preparada. En lo que pasa el tiempo, esperando a mis hermanos y a mi padre, conversamos de algunos temas no tan importantes. Los viajes de mi madre y los que está planificando hacer. La nueva moda de París, que a Esme últimamente le interesa un poco más. Temas que no me generan mucho interés, aunque trato de demostrar lo contrario. Por mi parte, decido pensar en esa chiquilla. En sus ojos marrones, hermosos, mientras me acercaba a ella en la cafetería. Cómo se atrevió a decirme que yo tendría mejores cosas que hacer que pretenderla a ella y cómo su mirada cambió cuando le dije que tal vez sería así, pero que de igual forma lo haría. Hasta ese momento, las vibraciones de mi cuerpo ante su presencia, me daban a entender que Ashley Moon sería "la chica". Y me decepcionó mucho pensar que no lo sería. Por eso actué como un cabrón y le hice esa payasada, de la que me arrepentí nada más ver cómo la afectaba.

Ahora quisiera cambiar mis acciones o, al menos, pedirle una disculpa, pero con una cita pendiente con su amiga, no creo que haya alguna solución intermedia.

—Will...William —grita mi hermana y doy un brinco. Ella ríe a carcajadas, mientras intenta hablar—. ¿Por cuál mundo andabas?

Miro a mi hermana y a mi madre, ambas sonríen conocedoras.

—Will...me interesa saber qué, o quién, te tiene tan entretenido, pero ya tu padre y tus hermanos llegaron, así que queda pendiente esa conversación —comenta mi madre, como si nada. A ella no se le escapa nada, nunca.

—Nada, madre, cosas de trabajo —resoplo, rodando los ojos.

Mi hermana me da un codazo y me mira escéptica, intento ignorarla, pero al final me sale la sonrisa bobalicona; le guiño un ojo para hacerle saber que luego la pondré al tanto. Mientras, mi madre se levanta para recibir a mi padre y a mis hermanos. Esme y yo nos quedamos sentados en la terraza, esperando por los demás. Pocos minutos después, los gemelos hacen acto de presencia, bulliciosos como siempre, seguidos de mi padre, que sonríe satisfecho.

—Que afortunados somos hoy, conseguimos un hueco en la abultada agenda del primogénito O' Sullivan —farfulla Rafael, haciendo una reverencia, fingiendo servidumbre. Yo ruedo los ojos ante su pésimo chiste, pero debo confesar que me divierte un poco.

Levanto mi copa de vino y hago un gesto de brindis.

—Lo eres, hermano, lo eres —aseguro y le guiño un ojo, haciéndome el importante.

Leonel llega a su lado y resopla, me mira por unos segundos intentando pensar en algo inteligente, acostumbramos a desarrollar este tipo de interacciones, nos hace divertirnos en medio de nuestro arduo y agitado modo de vida.

—El millonario más codiciado, deberíamos decir, es a quien tenemos la dicha de visitar. Nosotros, los menos afortunados, tenemos que resignarnos con ser segundones —comenta, sentándose en la silla a mi lado; cruza su pierna y apoya el tobillo en la otra.

Suelto una carcajada que me sale de lo más profundo. Es irónico lo que dice, pero real. Literalmente, mis hermanos gemelos quedaron por detrás de mí, en una estúpida lista de los solteros más ricos y codiciados de la ciudad. Lo más extraño es que salieron en el mismo número los dos y, aunque es lógico, porque son idénticos, se supone que uno sea más deseado que otro.

—Yo creo que pronto tendrán que sacarlo de esa lista —interrumpe mi madre y yo me tenso, porque ahora me caerán todos encima—. Will anda en las nubes y yo creo que es por una mujer.

La miro, pero ella está entretenida mirando las expresiones de los demás. Mi padre, que hasta el momento no había hablado, se acerca a mi lado.

—Hijo, yo sé que eres importante, pero puedes darle un beso a tu viejo —murmura, dándome una efusiva palmada en la espalda. Yo me levanto y lo abrazo, pensando que todo se quedará así, pero él, divertido, añade—: Si es así desde ahora, cuando esa mujer te atrape del todo no te veremos ni el color del pelo.

—¿Tú también, papá? —pregunto, sorprendido. Él abre los brazos como diciendo «Está claro». Niego con la cabeza y sonrío, resignado.

Nos sentamos juntos en la mesa amplia de la terraza y disfrutamos de un excelente tiempo de calidad. Hablamos de negocios, de la vida, recordamos lo que fuimos, exponemos lo que somos. Una familia unida, comprometida con nuestros sueños y metas.

La cena la tomamos en el comedor, todo muy formal, como acostumbramos a hacer desde que podemos disfrutar todos juntos. Antes de ganarnos lo que tenemos, en la etapa donde mis padres trabajaban hasta el cansancio, siempre había uno ausente. Pero hace años que decidimos que eso no sería así. Estaremos todos, siempre.

Poco después de la medianoche, estoy aún sentado en la terraza. Ya todos se fueron y yo me quedé mirando el velo de la noche cayendo sobre la ciudad. Un contraste hermoso, la negrura del cielo con el brillo intenso de las luces de abajo. Con el teléfono en mano, pienso qué debo hacer. Lo mejor sería cancelar esa dichosa cita, pero no quiero quedar mal. Por más que haya metido la pata, ya la chica se emocionó.

Al final, decido que no me importa mucho lo que piense, puedo darle cualquier excusa, por lo que decido llamar. Marco el número que guardé como "Amiga intensa de la chica oportunista" y espero. Cuatro tonos y nada de respuesta. Miro la hora y me apena estar llamando tan tarde, me digo que insistiré una vez más y ya, lo dejo si no logro hablarle.

Casi al último tono, cuando ya había decidido colgar, una voz que reconozco responde del otro lado. Me quedo mudo en un inicio, pero trato de recomponerme para dar la impresión de que estoy equivocado.

—¿Hola? —responde con una interrogante. Supongo que desconoce mi número

—Buenas noches —susurro, con un tono bajo y debo confesar, intento sonar sensual.

Me doy un pellizco por ser tan tonto de querer provocar a la chiquilla. Por eso, intento remendar mi actuación y como todo un actor, me hago el desentendido.

—Eres Steph, ¿verdad?

Silencio. Me reconoció. La oigo suspirar del otro lado y ahora mismo quisiera verla. Me gustaría ser testigo de sus reacciones y poder, al menos por un segundo, admirar esa ternura que tanto me gusta de ella.

«Ya no es tan tierna», me recuerda mi subconsciente. Y es verdad, la prueba es el papelito que aún no me atrevo a tirar. Es otra más de las mujeres que prefieren la vida fácil.

—No, lo siento. Este es mi teléfono y Steph, está dormida.

Cuando al fin responde, lo hace con una voz monótona y desganada. Me pregunto si vivirán juntas o la amiga me habrá tomado el pelo diciendo que era su teléfono. De igual manera, creo que me quedaré con la duda por hoy.

—Bueno, solo quería comentarle que mañana la recogeré a la misma hora que acostumbro visitar la cafetería —digo, pero mientras lo hago, tapo mis ojos y niego con la cabeza, otra vez reaccionando como no debo. Pero ahora tengo que continuar, no hay remedio—. ¿Se lo dirás?

Dejo la pelota en su tejado. Y espero. Ella carraspea y yo sonrío.

—Claro. Se lo diré.

Y corta la llamada. Me quedo como tonto mirando el teléfono y pensando que soy un imbécil, por desear, con todas mis fuerzas, seguir la conversación.

«Ni modo, no hay nada que hacer»

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