—¡Esa está aquí!—pronunció la mujer entrando bruscamente a la oficina de su hijo.
El hombre, quien yacía detrás del escritorio, le lanzó una ardua mirada a su madre, la cual parecía echar chispas por los ojos.
—¿A quién te refieres, madre?—preguntó aparentando desconocer de lo que hablaba. Aunque, en realidad, sabía muy bien a quién se refería.
Débora bufó, sabía muy bien que su hijo estaba al tanto, de hecho, empezaba a comprender su insistencia para que se abrieran al mercado suizo, seguramente había venido a este país a buscarla a ella. Y la sola idea, le enfurecía mucho más.
—¿Ah, no sabes a quién me refiero?—le inquirió con suspicacia. Retándolo a qué le siguiera mintiendo.
—No.
Angelo fue tajante en su respuesta. Desde su divorcio, su madre había estado detrás de él, vigilando cada paso que daba. Y estaba harto de su vigilancia.
—Por favor no me creas tan estúpida. Soy vieja, sí, pero no tonta—le riño con furia.
—Madre, tengo mucho trabajo. Si no vas a ser clara en tus pa