…
Ella ya había experimentado su crueldad.
Dulcinea se rio suavemente, con ironía:
—¡Qué bien lo has escondido todo este tiempo! Luis, tú también estás sufriendo, ¿verdad? Todos estos años, has estado al borde de cómo torturarnos, el alcohol y las mujeres son tus anestésicos, y esa marca de cigarros es tu consuelo mental… Pregúntate a ti mismo, ¿has salido de la cárcel?
—¡No!
—Luis, en realidad sigues viviendo en la prisión.
…
Luis dejó escapar una ligera risa sarcástica:
—Dices mucho, pero no puedes cambiar la realidad. Espero tu decisión.
Dulcinea bajó la mirada:
—Necesito pensarlo.
—Tres, dos, uno…
No le dio tiempo. Siempre había sido implacable, no haría excepciones por una mujer, y mucho menos por Dulcinea.
Ella habló apresuradamente:
—¡Acepto!
En ese momento, sus ojos parecían perderse y su voz se convirtió en un susurro:
—Acepto, Luis, acepto.
Lo odiaba profundamente, y aún más se odiaba a sí misma por su ingenuidad juvenil.
Sus manos pálidas y delicadas se clavaron las uñas has