Un atisbo de ternura cruzó sus ojos.
Pareció dudar por un instante, pero al final simplemente acarició su cabeza como lo haría con el pequeño Leonardo. Ella era inocente y frágil, ¿no era acaso igual que Leonardo?
En la profundidad de la noche, Luis bajó las escaleras para marcharse.
Clara, visiblemente inquieta en el vestíbulo, se acercó rápidamente al verlo descender y preguntó:
—¿Cómo se arreglará la señora?
Luis adivinó su preocupación.
Miró el acuerdo en sus manos y dejó caer con indiferencia:
—Todo seguirá igual.
Clara se quedó estupefacta.
Ella realmente quería ayudar a Dulcinea, y con un tono suplicante dijo:
—¿Por qué no la deja ir? Ella tiene un hermano, creo que él cuidará de la señora.
Mencionar a Alberto no ayudó; hizo que la mirada de Luis se volviera fría.
Con firmeza, repitió:
—¡He dicho que todo seguirá igual!
Después de hablar, Luis salió de la villa. Ya había un coche esperándolo en el estacionamiento, y el conductor estaba al lado del vehículo…
Cuando subió al coche