En un día que debía ser de júbilo, Isabel no pudo contener las lágrimas.
Le confesó a Mario que si no hubiera sido por su comportamiento con Ana en el pasado, no estarían en esta situación…
Mario, con voz quebrada, admitió:
—¡El error fue mío!
Bajó la vista hacia Isabel, su voz cargada de amargura:
—Mamá, Ana está bien ahora, no la perturbes… Enrique, al crecer, seguro que encuentra un buen hombre y tendrá su propia vida.
Mario había sido siempre orgulloso y seguro, pero ahora aceptaba la idea de que Ana rehiciera su vida con otro hombre.
Isabel se sintió inundada por la tristeza.
Le tomó un buen rato calmarse, y justo entonces, la sirvienta subió con la cena: sopa de loto con semillas de lirio. Isabel tomó una cucharada y, con lágrimas en los ojos, miró a Mario:
—Mario, regresa a la mansión… Deja que tu madre te cuide.
Ella siempre estaría preocupada por su hijo.
Mario tomó el cuenco, su tono sereno:
—Aquí estoy bien.
Porque este lugar había sido su hogar con Ana, donde compartieron a