Ana estaba preocupada y se sobresaltó.
Mario encendió la luz y con voz suave dijo:
—¡Soy yo! ¿Qué pasa?
Bajo la luz tenue, Ana no respondió de inmediato; sólo lo miró fijamente, indecisa sobre cómo comenzar a hablar. Su expresión era inusualmente tierna, y Mario, incapaz de resistirse, la abrazó y la besó frente al tocador…
Ana se mostró reticente; aunque la luz era intensa, temía despertar a los niños, así que se dejó llevar con reservas. Sin embargo, parecía distraída…
Mario se detuvo, respirando profundamente, y preguntó de nuevo:
—¿Qué pasa?
Apoyada suavemente contra el tocador, Ana lucía desamparada en su camisón de seda desgarrado. Sin embargo, eso parecía no importarle en ese momento; ella miró a Mario a los ojos y murmuró:
—Creo que vi a alguien, ¡podría ser tu padre!
Mario se quedó rígido casi al instante. La miró intensamente, buscando confirmar sus palabras, y Ana añadió con voz más baja:
—¡Debe ser Eulogio!
Después de un silencio, Mario, con una expresión más suave y hasta