Ana se giró y lo miró en silencio.
Después de un momento, con una voz cansada, ella le dijo suavemente: —No es necesario. Mi hermano ha renunciado a la apelación... Mario, dijiste que nos divorciaríamos después de que yo diera a luz. No pido más, solo quiero la custodia de nuestra pequeña Emma.
El viento de la noche soplaba fuerte.
Mario la miraba fijamente en la oscuridad.
Ella había amado tanto a Mario, pero ahora había perdido toda esperanza en él.
Con la voz ronca, Mario le pidió disculpas a Ana, diciéndole que no podía dejarla ir, que había sido un error ese día; la llamada la había contestado Iris...
Ana sonrió tristemente y le respondió: —¿Qué sentido tiene que me digas estas cosas, Mario?
De la noche a la mañana, ella y su hermano se quedaron sin padre, y Carmen perdió a su esposo. Aquella noche ella casi pierde la vida, y la pequeña Emma también...
¿Cómo podría una simple disculpa de Mario compensar todo eso?
Ahora, ella no sabía a quién culpar o a quién odiar. Solo sa