La garganta de Mario se tensó con un nudo, recordando que cuando logró que Ana regresara a su lado, lo que él quería era precisamente esta vida, este trato de Ana... Pero al final, lo que Ana recibió fue la humillación de su esposo.
Él le rogó a Ana que le diera otra oportunidad.
Ana miraba los gemelos, con una expresión perdida en sus pensamientos.
Aquellos gemelos eran la prueba de que había vuelto a amar a Mario, pero también eran el testimonio de su estupidez.
¡Cuánta alegría había sentido al comprarlos... y cuánta humillación había sufrido bajo Mario sobre ese escritorio!
Con una voz suave y distante, Ana dijo: —¡Nunca más! ¡Nunca más! Mario, esto es el final entre nosotros.
A pesar del dolor, ella recogió sus cosas y se marchó.
María se encargó de los trámites.
En la habitación del hospital, sin nadie más, Ana se quitó la bata de hospital y la ropa interior. Había dicho que devolvería esas prendas de marca a Mario al irse.
Sin evitar la mirada de Mario, Ana, como un robot sin e