Aurora intervino con un grito desgarrado y asestó dos golpes secos en el rostro de Noah.
—¡SUÉLTALO! Vas a matarlo —intentó estrangular al alfa; sus uñas se clavaron en su cuello.
Ella era ágil, pero su fuerza no se comparaba con la furia contenida de Noah. En su desesperación, una idea venenosa cruzó su mente: usar a la vidente como rehén.
Noah leyó sus intenciones como si estuvieran escritas en el aire. Se movió con la velocidad del rayo. Se interpuso entre Aurora y Leah antes de que la loba pudiera siquiera extender la mano.
—No te atrevas —rugió, y mostró sus colmillos en una mueca letal—. Ni tú, ni tu padre, ni nadie le arrancará ni un cabello.
—Esa loba te enloqueció —escupió Aurora con desprecio—. ¿No lo ves? El demonio la envió para confundirte, para tener una excusa y acabar contigo.
—Claro, porque tú lo dices —murmuró Noah, con los puños tan apretados que las articulaciones palidecieron. Estuvo a punto de silenciarla con una bofetada.
Aurora retrocedió. Un esca