El líder de los guardias del turno se abrió paso entre los asistentes con paso firme. La rabia se le marcaba en la mandíbula apretada, en los nudillos tensos. No pidió permiso. Se plantó frente al círculo de los lobos del Norte con el ceño fruncido y la voz áspera.
—Si alguno de sus malditos guerreros se llevó a la compañera del alfa Lucian, más vale que la suelten ahora. —Su mirada recorrió a cada uno, desafiante—. Si cooperan, puede que su castigo sea solo doloroso. Si no… —hizo una pausa seca—. El alfa los hará gritar durante días.
El silencio pesó unos segundos. Luego, uno de los líderes del Norte se adelantó, más ancho de hombros que el resto, la mirada helada y el cuello erguido con dignidad.
—¿Nos acusas sin pruebas? —espetó—. Registra donde quieras. Nuestros lobos no han tocado a esa loba. No somos cobardes ni secuestradores. Mucho menos suicidas.
Esa simple frase les dio a entender que ellos entendían lo que sería capaz de hacer Lucian.
—Tienen la peor fama del Norte. —El gua