Lucian aparecía en sus pensamientos con una sonrisa socarrona y el hocico ensuciado de sangre. Un tirano que no se conformaba con nada. Un loco lobo de guerra.
Noah no podía sacar esa imagen de su cabeza. Los tiempos horribles se pondrían peores.
Más guerras.
Más hambrunas.
Más secuestros.
Violencia, muerte.
Lucian se fortalecía. Su ejército, su poder… todo él avanzaba de forma abrumadora.
¿Es que acaso era invencible?
¿Es que debía estar agradecido de no morir? ¿Solo le quedaba seguir escondido como una rata y ver cómo esa bestia desgarraba a los inocentes con sus feroces colmillos?
El crujir de la puerta vieja y parchada lo hizo regresar a la realidad.
Sus ojos notaron enseguida que el rostro de la vidente se encontraba más hinchado y rojo que otros días.
Sus pasos también se tornaron torpes.
Se alarmó, aunque supo disimularlo muy bien. Se levantó de su silla y acortó la distancia que lo separaba de ella.
—¿Qué te pasó, oráculo? —Sus primeras sospechas eran que A