Leah, junto a los cachorros, observó al alfa Noah alejarse entre las montañas al lado de aquel lobo anciano.
Su corazón latía con fuerza. Sus manos, a pesar del frío, sudaban. Y en su cabeza se repetía una y otra vez la imagen del alfa Noah con Aurora, la loba valerosa y perfecta de cabello rojizo oscuro.
Entró a su pequeña habitación y rodó en la cama. No había manera de conciliar el sueño. Nervios. Estrés. Ansiedad. Y otros sentimientos que se aferraban a sus entrañas.
—Altísimo, por favor, que el alfa Noah y el anciano Conder lleguen con bien a su destino. —La imagen de la loba de ojos encantadores y nariz perfecta apareció en su cabeza—. Y que una roca caiga del cielo y se estampe en la cabeza del alfa Noah…
Leah se mordió el labio inferior. Se recostó en la cama y cerró los ojos.
Su alrededor se volvió oscuro. Y lo vio. Hacía tanto que no asaltaba sus pesadillas. Sin embargo, su rostro, enmarcado por sus cejas gruesas y ojos penetrantes, era una imagen tan familiar que le hizo es