Pasaron cuatro semanas.
La zona entera permanecía bajo vigilancia constante. Guerreros montaban guardia de día y de noche. Pero desde aquel ataque, no volvió a aparecer ninguna criatura. Ni una sombra. Ni un ruido extraño. Nada.
Dentro de los campamentos, las heridas empezaban a cerrar y el miedo dejaba de ser rutinario. Todo volvía a ser normal, como antes.
Los lobos se dedicaban a sus labores, los niños jugaban, los huérfanos eran atendidos con amor y buenas intenciones.
Los guerreros entrenaban. Se respiraba la paz. Solo roces políticos, pero esos serían interminables.
Su relación con Noahlím se volvió casi nula. El alfa había impuesto vigilancia extrema sobre su familia, y la única razón por la cual podrían encontrarse de cerca sería para una sanidad. Cosa que no ocurrió en ninguno de esos días.
Las veces que se veían de lejos, ella le dirigía miradas con calidez. Al menos ya no lo veía con desprecio.
Esa última semana, luego de terminar sus largas jornadas de trabajo, Ezra pasab