5. ¿Todavía ruborizada?

Un segundo después se aleja del ventanal y consigue notarlo con un mohín no precisamente triste. Le parece que incluso no es él quien tiene a todo el hotel hablando marañas.

Sin embargo, su jefe toma una pluma y sentándose frente a su escritorio, se dirige hacia ella:

—Maya, pero si pareces haberte asustado con lo que te he dicho. Si quieres, siéntate y toma tu café, esperemos a que baje el sol de esta mañana para revisar todo lo que hace falta ¿te parece bien? 

Los ojos ambarinos de la mujer resplandecientes se fijan en él un momento. 

Y cuando termine por sonreirle, alejando toda la confusion e incomodidad, asiente con calma. Mueve el cuerpo en dirección suya, puesto que se había alejado para tomar unos cuantos papeles más, y se pone por último frente a su escritorio.

—Por supuesto, señor. 

—Apenas llegué hace una hora, pero no te encontré aquí. No encontré mi capuchino.

Entonces dice, con una voz muy suave, casi sonriendo. La mujer se vuelve a erguir y entonces no dura más en contarle los hechos, con precisión y sin ningún cabo suelto, ningún detalle se le escapa. Para ese punto no sabe a dónde mirar cuando sus ojos como el agua la observan.

—Así que ¿Has llegado tarde hoy, Maya? 

—Le prometo señor D'Angelo, que no volverá a suceder. Imagínese, es que se quebraron incluso los tacones y caminé todo el centro Nueva York como si tuviera roto el talón.  

Las cejas de su jefe se alzan a la par, con las comisuras ligeras y allegadas a ella. Intentando no echarse a reír. 

—Qué impresionante —menciona con la vista ahora puesta en la computadora—. Es la primera vez que llega tarde y yo ni cuenta me he dado. 

Mientras empieza a tomar el bolígrafo ya escribir en una nota de hojas de color resaltador, después de un momento se la extender a través de una inclinación sincera.

—No volverá a ocurrir. 

—Despreocúpate, no es necesario dar más explicaciones—su jefe es quien le brinda una sonrisa antes de levantarse. Cuando vuelve a estar de pie recoge algunas carpetas rellenas nada más que de papeles—. Después de aprovechar mi capuccino que ya está aquí, iremos con esto. 

—Sí, señor. Ya casi lo había terminado. Ahora es que, la señorita D'Angelo, está esperandolo. Debe tener una media hora allá afuera. 

—No me digas —parece lamentarse. Y después de un santiamén empieza a sacar una llave que al poco tiempo se la despliega—. Entonces iré con ella. Ten esto, son las llaves de mi coche. Necesito que vayas por mí a completar algunas cosas con los proveedores de algunos alimentos. ¿Lo sabías? Empiezan amar más el robif que antes, Maya. No te preocupes, solo tienes que indicar proporciones quiere el Livende para el fin de semana. 

—¿No hay que hacer el presupuesto antes, señor? Yo puedo empezar a hacerlo ahora, en el camino.

—Ya lo manda.

Empiezan los dos a caminar por el pasillo, de vuelta hacia la recepción. 

Nota entonces cuando él se voltea, dirige a sonreírle.

—Te gané. 

La mujer se detiene. Mientras lo observa niega, y deja escapar una risa suave. Lo persigue una vez más y al ser más alto su jefe no ve nada a excepción de los lados que brindan sus hombros. Así que se agacha para mirar hacia un costado y lo que observa es el manojo que ya se está abriendo. Nuevamente están en la sala principal.

—¡Max! —Giovanna corre hacia él, eufórica —. ¡Max, qué alegría verte! 

-¡Vaya! Yo también me alegro —el señor D'Angelo la observa. Mantiene una sonrisa hacia su adorada y joven hermana—. Me ha dicho Maya que llevas aquí desde hace rato ya, ¿Qué tal si vamos a tomar un café, unos panecillos? 

-¡Me encantaría! Abrieron una nueva cafetería. Por aquí cerca. deberíamos ir a ver, o si no, ya sabes, puedes darle cinco estrellas menos. 

—¡Claro que no! Yo no soy tan cruel. 

La joven suelta esa sonrisa idéntica a la de su hermano.

Los ha seguido con un paso más adelante, adelantándose en abrir la puerta y dejarlos pasar. 

—¡Gracias, Maya! —exclama la joven. 

El señor D'Angelo le ha brindado un guiño de ojo. Y ella se contiene a sonreirle con naturalidad para asi, de esa manera, salir otra vez hacia los ascensores. La jovencita habla cerca del brazo de su hermano. Yendo de esa manera y meciéndose con jugueteo natural, irradia alegría en cuanto exponen una vez que se propone escucharla.

—Pues, yo no lo sabía —de repente replica la joven a lo que menciona a su hermano—. ¡No me lo había dicho! 

—Apenas será inaugurado, por supuesto, ¿Cómo iba a decirte? 

Observe su teléfono para verificar la hora. Se lo coloca en la oreja comenzando a escuchar los mensajes. 

Al salir a la recepción sostiene Jenny una conversación con una mujer y al mirar al señor D'Angelo se apresura a decir los buenos días. Jenny la observa y alza las cejas. Ella sólo alza los hombros. Los dos hermanos al frente hablan mientras sigue verificando el celular. Una vez que llegan frente al chófer entonces el señor D'Angelo se voltea a mirarla. 

—¿Ya lo sabes, Maya? 

—Señor por favor, no se preocupe.

—Si te lleva mucho tiempo y apenas sales al mediodía, avísame. Yo estaré con Giovanna seguramente hasta la tarde, quizás podamos regresar juntos. 

—Por supuesto. Le avisaré. 

El hombre la mira un momento. Esos ojos verdes relucen a la luz de la mañana. Pero no dice más nada y sólo la otra sonrisa ilumina su rostro, y así que entra al carro. 

Giovanna por su parte, saca la cabeza por la ventanilla y se despide de ella.

—¡Gracias, Maya!

—Hasta luego señorita...

—¡Giovanna! —entonces la joven exclama cuando empieza a moverse el auto.

Sólo puede sonreír, asintiendo, despidiéndose a su vez. 

Un día de trabajo comienza, y apenas son las nueve de la mañana.

Sin duda alguna habían llevado bien la cuenta para verificar el monto con el que había logrado dosificar una vez la empresa proveedora daba incentivo a las cuales retomar. Ella estuvo muy mantenida en la reunión y entonces la disposición con la que estuvo hasta, de hecho, el mediodía, que dio ya las doce y treinta, se terminó con la finalización de la factura para la disposición de lo que había mencionado el señor D Angelo, la carne para el rosbif. 

La tarde ha pasado de la misma manera, intentando comentarle a Jenny que su jefe, el jefe de las dos, no dio indicios de aparente que algo había ocurrido, así que las dos probablemente mantuvieran la calma con eso, porque tampoco era prudente estar hablando de las cosas personales de su jefe. Así que, al finalizar la tarde, Jenny y ella se disponen al salir porque, a Jenny ya no le toca el turno completo y ella había comenzado a salir temprano para hacer en las noches verificaciones y un trabajo sobre un proyecto, bastante significativo para ella , en un centro universitario público en la avenida claremont en el oeste de Nueva York pero que ahora, con algunos nuevos socios, se mudarían hacia otro lugar de la ciudad. 

Y Jenny, disfrutando de su helado incluso en el templado del frío de Nueva York, se echa a reír, poniéndose sus lentes arriba de su cabeza y tocándose los ojos. 

—¿En serio te dijo eso? Esa Giovanna, carita de ángel…

—¡Sí! —también deja relucir una risa—. Te podrás imaginar la carcajada que se ha echado cuando me miró. 

—¿Por qué?

Jenny alza una ceja. 

—¿Te has puesto roja acaso? 

Maya no hace más que rodar sus ojos. 

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