Marina se detuvo por un momento y levantó curioso la vista hacia las escaleras empinadas. Sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió cansado el sudor de la frente.
Diego abrió una botella de agua, tomó un sorbo y luego se la pasó a Marina.
—Nunca había venido aquí —comentó Diego, mirando extasiado hacia la cima.
Ambos bebieron un poco de agua y, después de un breve descanso, retomaron entusiastas el ascenso. Finalmente, llegaron a la cima.
Frente a ellos se alzaba la antigua iglesia, imponente y cargada con la historia de cientos de años. Al entrar, Marina y Diego se inclinaron con fervor en oración, profundamente concentrados. Sus corazones solo pedían una cosa: que su hija estuviera a salvo.
...
Al salir de la iglesia, comenzaron a bajar precavidos la montaña para regresar. El sol empezaba a descender poco a poco en el horizonte cuando Diego recibió una inesperada llamada de Daniel.
—Jefe, encontramos al hombre en Monteluz.
Diego apretó el volante con fuerza, sus ojos reflejaban una co