No llegaron a abrir la puerta, porque, en el momento en que iban a entrar, Luisa salía de la casa, muy arreglada, demasiado maquillada para el gusto de Laura, que la miró con desaprobación.
—Pareces un cuadro.
—Eso pretendo. Adiós, chicas.
Y se fue. Laura y Celia se miraron y Celia gritó:
—Sé buena…
—Lo seré… —se oyó la voz de Luisa mientras subía al ascensor. Luego las puertas se cerraron y ya no oyeron nada más.
—Ven —dijo Celia cuando entraron—. Vamos a mi habitación.
Siempre que entraba a la habitación de Celia recordaba su niñez, los juegos infantiles, cómo se disfrazaban… De princesas; nunca con nada parecido a lo que Celia estaba sacando de un cajón.
—¿Te gusta?
Lo extendió sobre la cama. Era un corsé de cuero brillante. El cuerpo era negro y se abría por delante con unos enormes corchetes plateados. Unas brillantes tiras rojas que se ataban a la espalda sujetaban los pechos, dejando al descubierto el pezón. El corsé se apretaba hasta la cintura y luego había una pequeña faldit