Sin duda, el mensaje provenía de K.
Mateo tomó mi celular y llamó de inmediato.
Nadie contestó.
Recuperé el celular y fui al balcón para marcar a Isabella.
Al escuchar mi voz, pareció sorprendida y de mal humor.
—Delia, ¿sigues viva...? —dijo, y se interrumpió—. ¿Por qué me llamas?
Se hacía la desentendida.
No quise rodeos, así que fui directa: —Isabella, sé que quieres que Estrella obtenga la herencia de la familia Hernández. Acepto. Todo lo que me dejó la abuela en el testamento se lo puedo ceder a Estrella. ¿Te parece bien?
—¿Ah?
Isabella, visiblemente satisfecha, respondió con tono relajado: —¿Esto es una negociación o me estás... suplicando?
Miré a mi abuela, que dormía plácidamente, y contuve mi enojo: —Interprétalo como quieras. Solo quiero el antídoto. Isabella, si algo le pasa a la abuela, tampoco te beneficiará, ¿verdad?
Temían que mi abuela recuperara la lucidez y me reintegrara a la familia Hernández, pero no se atrevían a hacerle daño irreversible.
Temían que, según el tes