Justo cuando iba a abrir la puerta del conductor, Enzo me detuvo, señalando con la barbilla: —Ve al asiento del copiloto, yo conduzco.
—Gracias, Enzo.
Le lancé una mirada agradecida y acepté sin protestar.
Con mi mente ocupada en la seguridad de mi abuela, conducir distraída sería demasiado peligroso.
De camino a la fábrica abandonada, le envié un mensaje a Olaia para avisarle que no podría llegar y que tomara ella la decisión.
Luego intenté llamar a Mateo.
El celular sonó varias veces hasta que una voz automática respondió: —Lo sentimos, el número que ha marcado no está disponible en este momento. Por favor, inténtelo más tarde...
Una sensación de inquietud se apoderó de mí, el nerviosismo crecía. Empecé a temer que algo también le hubiera ocurrido a Mateo.
Enzo, con ambas manos al volante, me lanzó una mirada tranquila: —¿Llamaste a Mateo y no respondió?
—Sí...
Asentí distraída.
—No te preocupes tanto, prueba llamarlo otra vez —me sugirió con calma.
—Está bien.
Marqué de nuevo.
Sigui