Me quedé paralizada.
Dieguito se soltó de Mateo y, llorando, se aferró a mis piernas:—¡No es así! ¡Tío, te estás pasando!
Mateo sonrió fríamente y me miró fijamente: —¿No es así?
Podía intuir que había malinterpretado algo.
En este momento, estaba poniendo a prueba mi respuesta.
Me miraba, esperando una respuesta contraria.
Este era probablemente su último intento de darme una oportunidad.
Bajé la vista lentamente, me agaché y abracé a Dieguito, secándole las lágrimas: —Tranquilo, Dieguito. Tu tío está equivocado. ¿Puedes darme un momento para explicarle algo?
Dieguito, con sus largas pestañas aún húmedas, respondió con voz infantil: —Está bien…
—Olaia.
Marqué su número.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, notando mi tono inusual.
—Sube al quinto piso y lleva a Dieguito al lugar de la fiesta de cumpleaños, ¿bien?
—Claro.
Olaia aceptó sin cuestionar, aunque se notaba preocupada: —¿Qué sucede?
—Te lo explicaré esta noche.
Poco después, Olaia llegó y se llevó a Dieguito.
Ahora estábamos Mateo y y