Mateo giraba el encendedor con monotonía, su rostro imperturbable: —No lo sé.
Yolanda se rio: —¿Así que hasta el demonio puede ser desconcertado por alguien más?
—No quiero presionarla.
—Vamos, no te engañes. Sabes perfectamente que fue a ese hotel hoy, y tú, con ese coche llamativo, te quedas esperando a que alguien te siga.
...
—Y luego, cuando llega, te escondes y te niegas a verla.
…
—Mateo…
Yolanda se levantó de repente, lo señaló y sonrió con picardía: —No estarás jugando al difícil para atraerla, ¿verdad?
…
Mateo apartó su mano con brusquedad, fingiendo calma: —Tienes más imaginación que ella.
Cuando volvió con Marc, fue decidida y cortó todo contacto consigo.
Incluso la noticia de su muerte la recibió Marc.
Nunca le contó a nadie que también la había llamado después.
En medio de la noche, pensando en ella hasta volverse loco, no pudo evitarlo.
Y también fue Marc quien atendió.
...
Volví al coche tras bajar las escaleras, y cuando Olaia notó mi mal estado de ánimo, preguntó: —¿N