Capítulo 30
Me asusté por sus gritos. Fue hasta entonces que me di cuenta y me toqué el lóbulo de la oreja, la sangre ya se había secado y al tocarla se desprendió un poco de costra roja. Eso volvió a hacer que la oreja me doliera.

Ni siquiera me había dado cuenta de la herida…

Olaia me dio una palmadita en la mano y me reprendió:

—¿Cómo puedes rascarlo con tanta fuerza? ¿No te dolía?

Luego, sacó de su bolsa un algodón con yodo y, con sumo cuidado, me desinfectó la oreja.

—¿Cómo te hiciste esto?

—Fue Ania la que me jaló.

Luego, le expliqué rápidamente lo que había pasado.

Olaia se encabronó y empezó a soltar sus floreos:

—¡Qué cosa tan pendej* ¡Quién se cree que es! ¡Y se atrevió a robarte las cosas que no son suyas! Vaya que es una pinch* ratera reencarnada.

—¿De dónde sacaste estas palabras, excelentes? —pregunté sonriendo.

Después de esa sarta de insultos, mi ánimo sombrío también mejoró bastante.

Olaia me dirigió una mirada y casi me rodó los ojos:

—Pues claro que tengo que aprender a insultar
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