El aire parecía haberse paralizado.
Enzo extendió la mano y acarició mi cabeza, su voz sonó pausada y tranquila.
—Esa vez que fui al concierto, la persona a la que quería invitar eras tú...
—La persona con la que siempre esperé poder divorciarme eras tú.
—La persona a la que he amado durante veinte años... también eres tú.
Su voz, firme y serena, transmitía una convicción inquebrantable. Sus ojos color ámbar brillaban intensamente: —Delia, siempre has sido tú, nadie más.
Mi corazón sintió como si algo lo jalara con fuerza.
Inmediatamente, empecé a sentirme nerviosa, perdida.
**Resultó que, siendo quien era, cuando alguien realmente me amaba y me cuidaba, mi primera reacción era pensar que no lo merecía.**
Una mezcla de emociones me invadió, y, de manera instintiva, quise negar lo que había dicho: —¿Cómo podría ser yo? Ustedes se conocen desde hace tantos años, y tú y yo apenas...
—¿Recuerdas que te dije que no regresé a la familia Jiménez hasta que cumplí ocho años?
Enzo explicó con ca