Cuando Olaia despertó, aún aturdida, la sensación de movimiento seguía intacta.
Pensó que José, ese maldito hombre, no había terminado, que la seguía empujando y pateando. Pero al abrir los ojos, se dio cuenta de que no había nada a su alrededor.
Estaba sola en el camarote, en la cama.
Vio una camisa blanca sobre el sofá, se la puso rápidamente y salió al pasillo.
Este estaba vacío.
Subió a la cubierta, pero no encontró a nadie.
Se apoyó en la barandilla, dejó que el viento le acariciara el rostro mientras contemplaba el horizonte. Fue entonces cuando notó que el barco se había detenido, y vio las ondas en el agua moverse suavemente.
Sonrió, sabiendo que podía jugar con la situación. Caminó en dirección contraria, y vio cómo el agua parecía seguirla, moviéndose con ella.
Hasta que llegó a la escalera flotante.
De entre las olas emergió una figura que subía por ella.
Olaia se apoyó en la barandilla, observando a José.
Su mirada comenzó en su rostro atractivo, luego siguió las gotas de a