En cuanto Vidal dio un paso hacia la puerta, Layla se interpuso frente a él.
—No —dijo, extendiendo un brazo frente a él, bloqueándole el paso—. Basta, Vidal. Ya fue suficiente. Estás haciendo el ridículo, ¿no te das cuenta? Si sigues así, si vuelves a intentar entrar, van a llamar a la policía, y esta vez sí te van a arrestar.
Layla se quedó con Vidal diciéndole a Raymond que se encargaría de hacer que se fuera, y aunque él la miró con recelo, decidió dejar que lo hiciera y entró de nuevo al hospital.
—No me importa —replicó Vidal entre dientes—. No me importa lo que Raymond diga ni lo que haga. Yo solo quiero hablar con ella, necesito verla y saber que está bien...
—Ella está muy bien, te lo aseguro. Ya deja de actuar de esta forma, porque si sigues así, no vas a lograr nada. Y si terminas en la cárcel, no me servirás de nada encerrado.
Vidal soltó una risa breve, seca y desprovista de alegría. Era una carcajada ahogada por la frustración, un sonido agrio que se perdió en el aire co