victoria, limbo
victoria, limbo
Por: Gregoria R. Márquez Díaz
El duelo

Emanuel y yo nos habíamos levantado temprano esa mañana. Como un cliché, llovía. Habían pasado seis días desde la muerte del abuelo, era la primera vez que veía que se tardaban tanto para un entierro. Papá no había ido a dormir, pasó la noche en una funeraria retirada donde el día anterior habían llevado al abuelo. Durante esos días hablamos muy poco, todavía no lo asimilábamos, por los menos para papá y Emanuel fue un terrible golpe y aunque yo lo sentí terriblemente, la carta que me entregara el señor Aníbal de mamá, había significado para mí, una explicación.

Dos horas después de que papá avisara a la abuela de la muerte del abuelo ésta se había aparecido, antes de verla supe que estaba cerca, era como una ráfaga fría y perfumada, apenas llevaba un retoque en su blanca tez, su cabello en una perfecta cebolla, peinado aquel que decidí no usar más, un traje de chaqueta y falda gris a cuadros con perfectos zapatos medianamente altos negros. El señor Aníbal  junto con papá, habían colocado al abuelo en la habitación contigua a su oficina. Ella  pasó con una helada mirada junto al tío Joel que no se atrevió a levantar la mirada. Lo que se discutió adentro no lo supe, se escuchaban voces alteradas, pero no entendíamos, papá se enfrentó a aquello con firmeza, parecía entender, como lo dijera el abuelo, que ese era el futuro de Emanuel, Diego y mío. Veinte minutos después que la abuela y el tío Joel entraran con papá y el vuelo, apareció el señor  Aníbal y junto a él, Gary. Serio, circunspecto, frío. Me sorprendí y mucho, me levanté de la silla sin saber a dónde correr, sin embargo, ambos me ignoraron y entraron a la oficina del abuelo, luego quedó todo en silencio, las voces alteradas bajaron y quince minutos después Gary salió, me hizo un gesto con la cabeza que no supe evaluar y se alejó.

Hoy, él vendría por nosotros.

Emanuel  y la mamá sustituta de Diego, Lola,  habían salido de alta el día anterior y gracias a Dios él estaba bien. Caminaba con molestia, todo su cuerpo era reflejo de dolor, si no fuera por los calmantes no podía asistir al cementerio. Sólo podía lucir un pantalón de algodón gris y una franela blanca. Iría apoyado en sus muletas, poco tiempo después de estar listo me pidió unos minutos para dormir, los mismos calmantes lo adormitaban, yo aproveché para arreglarme e ir al baño, Gary llegaría a las diez, papá me había advertido que no lo hiciéramos esperar,  agradecido por su aparición de ese día en la clínica y como había resuelto la trifulca de poderes en la habitación con un papel firmado por el abuelo. Tenía entendido que el señor Aníbal lo había llamado de inmediato y de eso también papá estaba al tanto, así que ambos hombres eran sus héroes.

Elegí un vestido negro de jersey, ajustado arriba hasta la cintura, sin mangas, cuello redondo y abajo en pliegues despejados hasta la rodilla, con zapatos negros altos, no tenía otros, recogí mi cabello en una cola y coloqué una cinta negra en ellos, no quería parecerme a la abuela, alcé mis pestañas y coloqué rubor en mis mejillas, cuando terminaba de colocar brillo en mis labios tocaron suavemente la puerta. Mi corazón dio un salto, Gary.

Estiré el vestido con mis manos y tomé aire, estaba nerviosa aunque no sabía porque.

Abrí la puerta y efectivamente era él. Vestido impecable, suéter gris abierto en v muy ligero, jean azul marino y zapatos de suela de un azul pulido y elegante.

-Buenos días María Victoria.-me saludó esbozando una media sonrisa. Era atractivo, ojos cálidos.

-Hola.-Quise ser menos formal, él me recorrió de arriba abajo cuando me hice a un lado para que entrara.-Pasa.-Le sonreí, quería romper la tensión entre nosotros.

El entró.

-Harás que se levanten los muertos.-Comentó refiriéndose a mi insinuantemente.

-¿Crees que estoy muy…

-¿Hermosa? –Me interrumpió sin ningún gesto, sólo un vaivén de su cabeza y luego un chasqueo de su lengua.-Excesivamente.

No supe que decir, me alagaban yo no estaba acostumbrada a eso, creo que me ruborice.

-¿Quieres tomar algo? Es temprano

-¿Y Emanuel? –Preguntó  rodeando la sala y mirándome de soslayo.

-Me pidió dormir un rato,  ya sabes, los calmantes lo…¿calman?

-Ah.-Levantó la cabeza y sonrió. Giró para asentarse y aproveché para ver su cuerpo, fuerte y firme, piernas largas, trasero perfecto.

-Agua.-Respondió de pronto y me miró, me sobresaltó, me pescó mirándolo. Caminé a la cocina y busqué el agua, pude sentir como se acercaba lentamente. Le extendí el agua fría, él la tomó y la bebió de una, me entregó el vaso.

-¿Nos sentamos un rato? Háblame de algo.-Le dije mirándolo, sonriéndole.

-¿De qué quieres que hablemos?

-No sé, antes hablábamos mucho.

Me encogí de hombros, era verdad.

-Antes era diferente María Victoria.

Seguía mirándome, yo quería encontrar aquel afecto que en antaño veía.

-¿Por qué? ¿Qué ha cambiado?

-Todo.-Estaba claro, respondió sin dudar, yo no entendía, es cierto que teníamos tiempo sin hablar pero yo seguía siendo la misma ¿o no?

-No veo porque no puedes charlarme de tus cosas, de cómo te va, de tu profesión, yo te charlaré de mis cosas, éramos amigos, somos amigos ¿o no Gary?

-Oh, ahí estas.-Sonrió.-La María Victoria de siempre.-No entendía lo que quería decir y con un gesto de mis manos se lo di a entender.

-Entonces hagamos que sea lo mismo.-Me acerqué a él, y si, no era lo mismo, ahora era más alto, fuerte, perfumado, su mirada directa.

-No tan cerca María.-se alejó esquivando mis ojos y fue a parar a la sala.

-A veces…extraño nuestras charlas.-hice caso omiso de su advertencia y fui a parar frente a él y ahí estaban sus mismos ojos café.

-Yo siempre extraño nuestras charlas.-soltó y sus ojos me recorrieron.

-¿Entonces? –Le sonreí.

-No lo sé, fue desde esa vez que supiste que yo y Raquel…

Ahí entonces regresó el recuerdo y retrocedí.

-¿Ves?-Trató de tomarme pero lo evité.-Fue un error María Victoria, ¿quieres que charlemos como antes?-Me perdí en sus ojos derretidos, en sus labios gruesos.

-Si quiero.

-Comienza por olvidar y perdonarme.-Tomó mi mano con avidez y la llevó a sus labios, el gesto me agradó y sacó una sonrisa de mí, una que él vio y correspondió.-Oh María Victoria.-Me estrechó con fuerza, muy fuerte, y me gustó, como si la soledad no existía, como si tenía doce años y la piscina me esperaba, sus manos me rodeaban abiertas por los costados y todo su torso yacía contra mí, podía sentir su corazón.-Levanta a Emanuel, es hora de irnos.-dijo en el abrazo y yo desperté, volviendo a la realidad.

Gary se había encargado de llevar a un taxi a recogernos y en él llegamos los tres al cementerio. Iban a dar las diez cuando papá se apresuró a recibirnos y bajar a Emanuel del taxi, Diego corrió con él y luego de estrecharme y besarme tomó por un costado a Emanuel, así que los cinco caminamos hasta donde un sacerdote, al vernos, comenzó a narrar las virtudes del abuelo.

Los tacones se hundían en la tierra del concurrido cementerio. Así que tomó a Gary por el brazo y junto a él caminé más firme hacia la solemne sepultura, él sin dejar de ayudar a Emanuel. Unas cincuenta personas se  hallaban alrededor, la mayoría de negro, con anteojos oscuros, imagino que amigos y colegas del abuelo. Gary colocó una mano alrededor de mi cintura apropiándose de mi ritmo. La voz del padre parecía musical, musicalmente triste, pues como había llovido una nostalgia inmensa trajo a mi mente el recuerdo del abuelo y sus buenos comentarios siempre.

Gary y yo seguimos a papá hasta donde se sentaron, el doctor Caster y la señora Leticia estaban ahí, tan callados y serios como todos, Diego depositó a Emanuel en una silla y en frente de ellos, la abuela y el tío Joel los observaban, a pesar de sus oscuras gafas yo sabía que los estaban observando. Gary me soltó y yo entendí que a partir de ahí debía caminar sola hacia las sillas, hubiese querido pasar desapercibida, pero como todo, el que llega es visto, así fue y entre la gente que trabajaba con el abuelo en la clínica estaba el señor Aníbal y junto a él, de pié, hermosa como una diosa, las señora Lucy.

Nos supe como pude llegar a la silla que me correspondía junto a mis  hermanos, él no llevaba lentes así que me miraba inquisidor y ella me observaba burlona, o por lo menos eso pensé, no debí ponerme ese vestido, debí ser más disimulada, ella era tan hermosa y estaba con él, tomando su brazo.

No sé si la gente alrededor notaba la tensión que rodeaba el féretro, me sentía avergonzada, pero no podía sufrir  la muerte del abuelo por más que me esforzaba. Si miraba al frente el tío Joel me desnudaba con su mirada al igual que la abuela, a mi izquierda Gary permanecía recto con las manos tomadas adelante apenas bajo un toldo blanco y a ala derecha el señor Aníbal no parecía notar mi existencia, al mismo tiempo que a mi lado, papá y Emanuel se miraban tristemente.

Traté de poner mi mente en blanco, relajarme y acomodé mi postura en la silla blanca, así fue como escuché de nuevo la voz del sacerdote.

-Todas las ayudas que brindó amablemente Emanuel, no sólo como científico, sino también como un ser humano común que le importaba el bienestar de su prójimo.

Rodeé a las personas con mi vista y encontré a Otto, cabizbajo, muy triste, creo que eran amigos y por lo visto ya no vivía en la casa de Las Dalias, a raíz del incidente con nosotros había salido de la casa junto con el abuelo.

Al fondo, frente a mi estaba Nilvia eso me alegró y casi brinqué en la silla movimiento que notaron todos, hasta el cura, ella sonrió cariñosa, agradecía mucho su presencia, no me amedrentaba ahora la señora Lucy, aunque no tenía por que hacerlo, yo ya no vivía en su casa, no era parte de su familia, y por otro lado pensé que tenía problemas con el señor Aníbal ¿qué hacía con él? A partir de ese momento mi vista se fijó en Nilvia, su cabello brillaba a pesar que el sol se ocultaba entre las nubes, llevaba un carmín rojo en los labios, podía verlo, un conjunto de chaqueta sin mangas y pantalón bancos.

-Si de algo estoy seguro es que nuestro amigo Emanuel, ha viajado directo al cielo, a encontrarse con dios, directo a El, a su compasión su perdón y su cálida compañía, Emanuel no está en la nada en ningún limbo preguntándose qué pasó con él, no, él está en paz con nuestro señor Dios.

-¡Amén! –Repitieron todos los presentes, yo igual un poco atrasada, Emanuel y Diego me miraron sin entender, solo pestañe seguido aturdida.

Seguidamente las personas comenzaron a levantarse, pocas partían, la gran mayoría se acercaba a la familia condolida, otros a papá que parecía relajado pero yo sabía que no lo estaba.

-¿Cómo estas María?-Me volví en un sobresalto, junto a mí el señor Aníbal, serio y distante, su cabello rebelde caía desordenado a los lados de la frente. Tenía los ojos endurecidos y sus labios tan bonitos eran una línea.

-Bi…en señor.-Mis ojos y mi boca estaban muy abiertos y por un momento el frunció el ceño, hacía casi una semana que no lo veía y tenerlo aquí cerca, tan cerca pero tan lejos. A unos pocos metros la señora Lucy charlaba con Nilvia.

-Quería pasar a ver a tu hermano hoy, pero el doctor Caster me ha dicho que lo hará él.-Agregó desviando apenas la mirada a mi hermano que le decía algo a Diego. Hubiese podido suplicarle que lo viera él, pero era evidente que lo que surgió en la clínica fue producto de la emergencia.

-De acuerdo.-Dije tratando de no temblar, Gary me observaba desde muy cerca.

-He estado informándome sobre este asunto familiar tuyo y es recomendable que tú y tu hermano tengan cuidado.-Sólo asentí con la cabeza. El me miraba fijamente.-Gary está al cuidado de esos intereses y por lo visto también de ti, espero y les vaya bien.-Antes de alejarse rozó mi codo con sus dedos y aunque se tensó mi cuerpo tuve que disimular y simplemente verlo irse camino a Nilvia y su esposa que lo tomó del brazo al tenerlo cerca.

Sacudí la cabeza y volví a mi entorno, sentía quería llorar y dejé que las lágrimas rodaran por mis mejillas, después de todo estaba en un funeral, aunque ellas no fueran por el abuelo.

-Siéntate María Victoria.-Me invitó Diego sonriente, esa sonrisa de mamá, le hice caso y Gary se acercó arreglándose el cabello.

-Tu abuela y tío se han ido.-dijo en un tono discreto muy cerca de mi hasta tomar asiento a mi lado.-¿Te sientes bien?-Alargó su mano y tomó la mía, apenas la sentí la estreché y él me sonrió.-No estés nerviosa, ya todo pasó, estos encuentros no serán frecuentes.

-Gracias.-Le sonreí, me sentía muy reconfortaba y segura, a través de mis pestañas mojadas vi cómo se alejaban los esposos, él le colocó la mano en la cintura y ella con su silueta única caminó por el sendero a la salida. Estaban juntos y esa era la verdad, apoyé mi cabeza en el hombro de Gary y él me recibió protector, el resto de las personas andaban de aquí para allá pero para mí no tenían importancia, estaba realmente triste.

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