El corazón de Leila latía con fuerza. Kelvin pudo haber dicho esas palabras como si hablar de matarla fuera como hablar de dar un paseo, pero la mirada siniestra en sus ojos era suficiente para que ella supiera que lo decía en serio.
Ella se apresuró a bajarse del coche para huir, pero Kelvin ya estaba al otro lado esperándola. Sus ojos se abrieron de par en par ante su velocidad. Su aura no era lo único que había cambiado en él.
“No tienes por qué montar una escena ahora mismo”. Kelvin metió una mano en el bolsillo y sacó un frasco. “Esto es veneno. Puedes facilitar las cosas bebiéndotelo. Yo te veré morir y luego me desharé de tu cadáver, o puedes complicarlas y tendré que usar mi...”. Sacó sus garras y sonrió sádicamente.
Leila frunció el ceño, al mismo tiempo que la invadió una ola de tristeza. El Kelvin que ella conocía nunca hablaría de su muerte de una manera tan divertida. Puede que tuviera que aceptar que su amigo se había ido, pero tenía que intentar llegar a él, si era q