Leila se limpia rápidamente la cara con el dorso de las manos y baja la ventana del coche.
"Hola", dice secamente, intentando sin éxito poner algo de alegría en su cara. "Nunca supe tu nombre el otro día".
"Antonio", amplía su sonrisa. "Pero puedes llamarme como quieras, gatita".
Le guiña un ojo.
"¿Puedes no llamarme así? Ni siquiera te conozco". Leila frunce las cejas y lo mira con el ceño fruncido.
"Pero yo sí te conozco, cariñito", le sonríe.
Leila siente de repente el cambio involuntario de sus emociones, igual que la última vez, cuando ya no podía sentir miedo.
Su pena ahogándose, la angustia desvaneciéndose, el dolor en su corazón disipándose y ella sabe que no es obra suya.
¿Por qué ocurre eso en su presencia? ¿Él es quien le quita esas emociones o tiene algo que ver con esa teoría de ser su pareja de segunda oportunidad?
"No voy a preguntarte por qué lloras, pero voy a subirme a tu coche, vamos a ir a tomar algo y vamos a animarte", le sonríe coquetamente, su voz suave