Arrojé el contenedor del medicamento sobre la mesa, yendo directo al punto.
—¿Qué contienen estas?
Miró el frasco con confusión.
—¿Qué quiere decir?
—Dijo que los efectos secundarios eran mínimos. Dijo que solo me sentiría débil y con sueño durante una o dos horas —repetí las mismas palabras que me había dicho apenas dos días atrás.
—Es cierto, esos son los únicos efectos secundarios...
—¡Mentira! —bramé.
Me miró preocupado.
—Sr. Sinclair, ¿sucede algo malo? ¿Pasó algo? Se ve bien.
—¿Bien? —¿Me estaba volviendo loco y él pensaba que me veía bien?
—Estos medicamentos me convirtieron en un perro en celo de la noche a la mañana y mi reputación está arruinada por ello.
Levantó una ceja ante mi elección de palabras, pero no me importaba un carajo ser correcto en ese momento. Ya estaba etiquetado como un depredador sexual, añadir una boca sucia a la mezcla no lastimaría a nadie a estas alturas.
El doctor levantó el medicamento de su escritorio, destapándolo para examinarlo. Incluso lo olió.