León
La noche estaba fría y silenciosa, pero en mi interior había un torbellino que no me dejaba en paz. Podía sentir cómo el aire helado se colaba por la rendija de la ventana, acariciando mi piel mientras yo permanecía sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, sosteniendo mi cabeza entre las manos. El reloj marcaba las dos de la madrugada, pero no podía dormir. No después de todo lo que había descubierto, no después de las verdades que había guardado tanto tiempo.
Cerré los ojos y escuché el latido frenético de mi corazón, cada golpe como un recordatorio de que estaba vivo, de que seguía aquí, incluso cuando una parte de mí deseaba desaparecer. Mi reflejo en el espejo del armario era una sombra distorsionada por la oscuridad, recordándome quién era, de dónde venía y todo lo que había hecho para sobrevivir.
Pensé en Ethan, en la forma en que su mirada era capaz de atravesar todas mis máscaras, en cómo me había tendido la mano cuando más solo me sentía. Había pasado ta