Sombras que nos persiguen
La lluvia caía sin tregua, golpeando con fuerza el parabrisas del coche mientras aceleraba por la carretera oscura que me llevaba directo a la vieja casa de Ana. La tormenta era un espejo de la tormenta que llevaba en el pecho: preguntas sin respuesta, secretos enterrados en capas de tiempo y un miedo sordo que se negaba a abandonarme.
En el fondo sabía que llegaba justo a tiempo. La incertidumbre se mezclaba con la urgencia, y mis manos apretaban el volante con fuerza mientras avanzaba. Sabía que algo estaba a punto de romperse, que todo lo que creíamos entender estaba a punto de desmoronarse y, sin embargo, no podía detenerme.
Cuando crucé la puerta, la escena me golpeó como un choque eléctrico. Ana y Clara estaban allí, rodeando ese escritorio antiguo cubierto de documentos amarillentos, papeles con tinta desvaída que, sin embargo, dibujaban un mapa hacia algo mucho más grande y oscuro que nosotros. Sus miradas, iluminadas por la luz temblorosa de una lámp