Al escuchar su voz, todo mi cuerpo comienza a temblar, mis manos sudan y mi corazón se acelera hasta sentir que va a salir.
—¿No me responderás, hija? —dice mi padre en un tono suave.
—¿Qué... qué haces aquí? —pregunto asustada.
—¿Acaso no me esperabas, pequeña? —Se acerca lentamente, pero yo me alejo.
—Tranquila, mi niña, no te haré daño. —Da otro paso, y yo retrocedo.
—¡No te acerques a mí! —Rápidamente toma mi cabello con brusquedad y me arrastra a un callejón. Comienzo a gritar, pero de inmediato me propina un puñetazo en el estómago, dejándome sin aire.
—¿Te atreviste a demandarme, pequeña estúpida? —me tira al suelo y después me da una patada en las costillas. Suelto un grito de dolor.
—¡Basta! ¡No más! —digo sollozando. Él toma mi cabello y me obliga a mirarlo.
—Esto te pasa por denunciarme, perra. —Me golpea en la cara, y siento cómo la vista se me nubla.
—Levántate. Nos vamos. —No, no quiero irme con él.
—¡Nooo! ¡Ni loca vuelvo a tu infierno! —Me da otra patada, y el