Estoy en casa, sentada en la sala, esperando a que llegue Adam. Desde la discusión que tuvimos, no supe nada más de él y ahora me estoy comiendo prácticamente los dedos por los nervios que me produce no saber nada.
Escucho la puerta abrirse, así que rápidamente me pongo de pie y corro hacia ella, pero cuando llego, me detengo en seco al ver a Adam con el rostro golpeado.
—¡Dios mío! ¿Qué te pasó? —Me acerco a él, pero este me esquiva.
—Déjame, Luz, quiero estar solo.
—Adam, ¿qué pasó? ¡Responde! —le grito, enojada.
—Le di su merecido a ese imbécil.
—¿Qué? ¡Oh, Dios! ¿Se fueron a golpes?
—Dios, Adam, ¿tú piensas que la solución es irse a golpes? - Este se voltea y me mira furioso.
—¿Por qué lo defiendes?
—¡No lo hago! Solo me preocupo por ti, no quiero que nada te pase.
Me acerco a él e intento tocar su rostro, pero rápidamente se aparta.
—Mejor déjame solo, Luz.
Sale de mi campo de visión y, por lo que veo, entra al estudio. Suspiro y subo a mi habitación a dormir.
Al despertar, lo pri