La mansión, antes opaca y fría, parecía ahora respirar por sí misma. Cada rincón estaba impregnado de una vibración extraña, una tensión en el aire que no se podía negar. Gabriel había estado buscando durante horas, recorriendo pasillos largos y desmoronados, atravesando puertas que se cerraban solas y ventanas rotas que dejaban entrar una luz débil. Pero no era suficiente. No encontraba a Valeria.
Había escuchado las historias de la mansión, esas leyendas que hablaban de puertas rotas entre mundos y sombras errantes. Pero lo que había visto hasta ahora, la sensación de que algo más grande y más viejo que ellos mismos rondaba, lo había dejado atónito.
Valeria había desaparecido. Él sabía que algo había ocurrido. La mujer en la mansión había hablado de una puerta, y Gabriel temía que Valeria hubiera abierto algo que no debía.
Finalmente, después de una larga caminata, llegó a la terraza, la misma que Valeria había ocupado como oficina. Pero lo que encontró allí no fue lo que esperaba.