Valeria sintió que el corazón se le desplomaba dentro del pecho. El eco de los pasos de Gabriel, alejándose por el pasillo, fue como una sentencia. Quiso correr tras él, suplicarle que la escuchara, que entendiera que no había sido por maldad, sino por miedo, por confusión. Pero Alexandre la mantenía sujeta, con un agarre firme que la aprisionaba contra él.
—Déjame, por favor… te odio con mi alma —lloró, intentando zafarse.
—¿Dejarte? Siempre serás mi inútil secretaria —Alexandre soltó una carcajada amarga, hundiendo el rostro en su cabello, aspirando su olor con una mezcla de furia y posesión—. Acabas de verlo, Valeria. Ese “gran artista”, ese que juraba que te amaba… salió corriendo. No soportó la verdad. Eres una cualquiera después de cogerte te fuiste a la cama con otro… que zorra
Ella lo miró, con los ojos inundados de dolor.
—No entiendes nada lo que pasó entre tú y yo fue un error ¡yo tampoco quise esto!
Él le apretó la barbilla con brusquedad, obligándola a sostenerle la m