El coche avanzaba a toda velocidad, dejando atrás las luces de la ciudad. El reflejo de los faros cortaba la penumbra de la carretera, y cada kilómetro alejaba a Valeria de cualquier esperanza inmediata.
El silencio en el interior del vehículo era asfixiante, solo interrumpido por los sollozos ahogados de ella y la respiración arrogante de Alexandre, que la observaba con una calma perturbadora.
—Deja de llorar pareces una niñas pequeña—ordenó con frialdad, deslizándole los dedos por la mejilla húmeda de lágrimas—. No me gusta verte así. Deberías agradecerme… yo siempre termino rescatándote de tu miserable vida. Lloras por ese artista barato que te dejó tirada como si lo valieras nada porque que tristeza ver como te deja morir sola
Valeria giró el rostro, apartándose de su contacto. Su voz salió quebrada, pero firme:
—Tú no me estás rescatando… me estás robando la vida. Calle! Eres un estupido piensas que quiero irme contigo, te odio no quiero nada contigo me das asco sinceramente no