La oscuridad se apoderó de todo. No solo de la mansión, sino de todo lo que había sido. Valeria ya no estaba allí. Su presencia, aunque físicamente ausente, había dejado una marca en el tejido mismo del universo. Alexandre permaneció tendido en el suelo, las manos temblorosas sobre las tablas podridas del suelo de la mansión, su mente ya fracturada por todo lo que había sucedido.
No podía comprender completamente lo que acababa de ocurrir. El sacrificio había sido inevitable, pero ¿por qué Valeria? ¿Por qué ella? Y sin embargo, las palabras del libro flotaban en su mente como un eco, una melodía irreversible:
"El que es llamado no puede rechazar el destino que le pertenece. La puerta se abrirá, y aquellos que toquen su umbral serán parte de lo que vendrá. La oscuridad tiene un precio, y la humanidad es la moneda."
El tiempo se desmoronaba, y la dimensión misma estaba a punto de colapsar. Alexandre, aún sumido en su confusión, pudo sentir la presencia de algo mucho más grande, mucho má