El golpe volvió a sonar, más fuerte esta vez.
—Señor Alexandre, es urgente —repitió la voz desde afuera, casi desesperada.
Alexandre respiró hondo, como si necesitara reunir toda su paciencia antes de girarse hacia la puerta.
Ella dio un paso atrás, instintivamente. Gabriel se movió también, alerta.
—Quédate aquí —le dijo Alexandre a ella, con un tono más protector que autoritario.
Ella abrió la boca para protestar, pero él ya había destrabado la puerta.
El asistente entró casi corriendo, pálido.
—Lo siento, señor, pero… hay alguien abajo en recepción exigiendo verla. —Apuntó directamente hacia ella.
Ella se congeló.
—¿A mí? —preguntó con la voz entrecortada.
El asistente asintió, nervioso.
—Sí, señorita. Dice que tiene derecho… que usted le pertenece.
Alexandre sintió cómo el aire se le tensaba alrededor.
Su expresión cambió de inmediato: se endureció, oscureció, se volvió peligrosa.
—¿Quién es? —preguntó, aunque su tono ya presagiaba que no le iba a gustar la respuesta.
—Un hombre…