El pasillo estaba en silencio cuando Alexandre se detuvo frente a ella. Su sombra la cubría entera, como si él mismo fuera una pared imposible de cruzar.

—Mírame —ordenó.

Ella levantó la mirada despacio, con esa mezcla de miedo y orgullo que a él lo desquiciaba más de lo que quería admitir.

Gabriel, a un par de pasos detrás, observaba todo sin intervenir. Solo apretó la mandíbula, como si supiera perfectamente que aquello estaba a punto de salirse de control.

—¿Puedes explicarme —dijo Alexandre con voz baja, peligrosa— por qué desapareciste del piso sin avisar?

Ella tragó saliva.

—Fui a recursos humanos… necesitaba entregar un documento.

—¿Y necesitabas ir sola? —preguntó él, dando un paso más cercano, demasiado cercano—. Sin decirle a nadie. Sin avisarme a mí.

—No soy tu propiedad —respondió ella con un susurro tenso, pero firme.

El silencio que siguió fue tan pesado que Gabriel respiró hondo, preparado para intervenir si era necesario.

La mirada de Alexandre bajó a su boca un segund